El “holocausto” español

La palabra holocausto viene del griego holo (todo) cautos (quemar) y hoy se refiere exclusivamente a la persecución y el asesinato sistemático, burocráticamente organizado y auspiciado por el Estado de aproximadamente seis millones de judíos por parte del régimen nazi y sus colaboradores. Cada 27 de enero se conmemora el Día del Holocausto, designado por las Naciones Unidas. ¿Es justo aplicar el término holocausto solamente al exterminio de judíos por el régimen nazi y no recordar, cada 27 de enero, por ejemplo, los genocidios (¿holocaustos?) de armenios (1915), en Camboya (1975-79) y en Ruanda (1994)?

El nuevo libro del gran historiador británico, Paul Preston, lleva el provocativo título, “El Holocausto español: odio y exterminio en la guerra civil y después” (Debate). Escribe en su prólogo que “durante la Guerra Civil cerca de 200.000 hombres y mujeres fueron asesinados lejos del frente, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales.” Encima, “un número desconocido de hombres, mujeres y niños fueron victimas de los bombardeos y los éxodos que siguieron a la ocupación del territorio por parte de la fuerzas militares de Franco. En el conjunto de España, tras la victoria definitiva de los rebeldes de marzo de 1939, alrededor de 20.000 republicanos fueron ejecutados. Muchos más murieron de hambre y enfermedades en las prisiones y los campos de concentración … y más de medio millón de refugiados no les quedó otra salida que el exilio. Varios miles acabaron en los campos de exterminio nazis. Todo ello constituye lo que a mi juicio puede llamarse el ’holocausto español.’ “

Según Ángel Viñas, otro gran historiador, la Guerra Civil española fue, en términos relativos y dejando de lado la guerra civil rusa y las dos guerras mundiales, una sangría sin paralelo en Europa.

El libro (de casi 700 páginas) está bien estructurado en cinco partes: los orígenes del odio y de la violencia (1931-36); la violencia institucionalizada en la zona rebelde; la violencia espontánea en la zona republicana; Madrid sitiado: la amenaza dentro y fuera; dos conceptos de la guerra y la inversión en terror. El libro cubre la violencia tanto de los rojos que los azules fuera de los campos de batalle y, en mi opinión, de una forma ecuánime, y la del bando franquista fue mucho mayor.

Según Preston, la represión de los rebeldes, en términos generales, fue aproximadamente tres veces superior a la de la zona republicana. La cifra más fidedigna, aunque provisional, de muertes a manos de los militares rebeldes y sus partidarios es de 130.199, y el número más reciente y fiable de rebeldes asesinados o ejecutados por los republicanos asciende a 49.271.

Es imposible de precisar con exactitud porque entre 1965 y 1985 millones de documentos se perdieron, entre ellos los archivos del partido único, la Falange, los de las comisarías de Policía provinciales, los de las cárceles y los de la principal autoridad territorial del régimen franquistas, el Gobierno Civil. Hasta 1985, 10 años después de la muerte de General Franco, el gobierno español (Socialista de Felipe González) no emprendió actuaciones para proteger los recursos archivísticos del país.

Como todos los libros de Preston, su nueva obra, fruto de muchos años de preparación, tiene un gran fuerza narrativa y, a diferencia de otros, como él reconoce, no habría podido escribirlo sin el esfuerzo pionero emprendido por numerosos historiadores españoles, de cuyas publicaciones se da cuenta en sus 120 páginas de notas. El libro se nutre de esta industria en crecimiento.

Una de las revelaciones de este libro, incluso para el autor, es la magnitud de represión en zonas donde no hubo resistencia. Por ejemplo, en el capitulo, “El avance de la Columna de la Muerte”, relata la represión en Mérida bajo la supervisión de un siniestro guardia civil, Manuel Gómez Cantos. “A diario, durante un mes entero, Gómez Cantos recorrió el centro de la ciudad en compañía del doctor Temprano, un republicano liberal, para tomar nota de quienes lo saludaban. De esta manera identificó a sus amigos y pudo detenerlos, tras lo cual él mismo mató al doctor.”

Con respecto a uno de los peores crímenes del bando republicano — las matanzas de Paracuellos durante la batalla de Madrid a consecuencia un traslado de presos de— Preston cree que Santiago Carillo, entonces consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, estuvo implicado en la autorización de los asesinatos, algo que Carrillo siempre ha denegado.

Algunos de los incidentes descritos son realmente surrealista. En septiembre del 1939, después de la victoria de Franco, el Tribunal de Responsabilidades emprendió acciones legales contra Camil Companys i Jover, el menor de los tres hermanos del presidente catalán Lluís Companys (entregado por los nazis desde su exilio en Francia en 1940 y fusilado en Barcelona). El proceso continuó después de que Camil se suicidara, tras recibir la noticia del arresto de Lluís. La sentencia final, del febrero de 1941, condenó al ya fallecido Camil a 15 años de exclusión de actividades profesionales y a pagar una multa de mil pesetas, por la que tuvo que responder su viuda Josefa.

No me sorprende que Preston llorara tanto durante la preparación de su libro. Es para llorar.

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