Mi pueblo, en un lugar de Castilla-La Mancha, cuyo nombre prefiero no mencionar porque tengo una casa allí desde hace más de 30 años y no quiero ofender a nadie, está en fiestas. Tenemos dos fiestas al año, las primeras en mayo cuando nuestra Virgen (de los Desamparados) es trasladada desde su Ermita (a hombros de unos valientes) al pueblo, y las otras en septiembre, cuando la Virgen vuelve a su sitio y hay encierros populares, corrida de toros y música. Algo similar ocurre en casi todas las localidades en España.
Incluso en épocas de prosperidad creo que las fiestas son un despilfarro de dinero, y en tiempos de crisis una vergüenza. En las fiestas de mayo tenemos fuegos artificiales en el campo de fútbol y tengo fama en mi familia de lamentar en voz alta durante el espectáculo el dinero que se está quemando y pedir que se destine a algo más útil como la escuela pública en el pueblo.
El colmo vino en los años 90, cuando el Ayuntamiento decidió imitar los Sanfermines de Pamplona y restaurar los encierros de toros por las calles (cancelados después de la Guerra Civil), lo cual aumentó el coste de las fiestas. Un año un hombre mayor cayó de un muro y recibió una cornada en los testículos; otro año, un hombre saltó a la Plaza de Toros, instalada provisionalmente en el campo de fútbol, justo cuando entró el primer toro y murió después de pasar 18 meses en coma. Y, por último, una grada con demasiada gente se hundió dejando muchos heridos, algunos de los cuales tuvieron que ser trasladados a un hospital en helicóptero. Este accidente nos hizo ganar un lugar destacado en el Telediario.
Las elecciones municipales de mayo produjeron un pequeño terremoto en el pueblo. El alcalde socialista, dueño del mayor bar, perdió su puesto, después de 24 años, frente al Partido Popular cuyo candidata trabaja en la farmacia y ganó por casi 100 votos (del total de 372 personas que votaron). Cuando el alcalde se marchó había poco dinero en las arcas: unas casas de protección oficial terminadas no pueden ser entregadas porque hay una deuda impagada con el constructor y el camping en la entrada del pueblo, que lleva varios años en construcción, esta paralizado por falta de fondos.
Castilla-la Mancha es la comunidad con más déficit de España (4,9% de su PIB hasta junio y 6,5% en 2010) y tiene una enorme deuda con las farmacias. No es de extrañar que las farmacias de la comunidad estén en pie de guerra si tenemos en cuenta que cargan con una deuda retrasada de 125 millones de euros. Dolores de Cospedal, la presidenta de la comunidad, ha presentado un durísimo recorte de hasta el 20% del Presupuesto (¿seguirá su ejemplo un futuro gobierno del PP?).
Como escribió Antonio Muñoz Molina el sábado pasado en Babelia: “Carnavales y fiestas vernáculas de cualquier pelaje se convirtieron en una gran industria municipal a la que se empezaron a dedicar en los primeros ochenta ríos incalculables de dinero. Ahora que se publican las cifras pavorosas de la deuda que asfixia nuestra economía uno se pregunta qué parte de ella corresponde a los despilfarros lúdicos de una cultural oficial que increíblemente no parece haberse interrumpido.” Javier Marías, su colega en la Real Academia Española, escribió al día siguiente: “No hay un euro para nada salvo para las fiestas de cada localidad — ninguna las cancela nunca, para la diversión municipal e idiota no hay crisis -.”
Si yo fuera ministro de Economía, prohibiría todas las fiestas hasta que las cuentas públicas estén saneadas o introduciría una ley que solo permita las fiestas si son totalmente financiadas por los habitantes de la localidad. En el pasado el Ayuntamiento de mi pueblo pidió contribuciones de sus habitantes. Seguiendo el ejemplo de la reciente reforma exprés para fijar la estabilidad presupuestaria en la Constitución, se puede añadir una cláusula sobre la financiación de las fiestas.
Cuando mencioné mi propuesta a un amigo, embajador de un país europeo católico con algunas semejanzas culturales y religiosas con España, me dijo que tal medida pudiera tener consecuencias imprevisibles porque cerraba una importante válvula de escape para desahogarse, algo necesario en tiempos de vacas gordas y flacas, sin la cual España pudiera perder su relativamente alto nivel de cohesión social. Tal vez esto explica por qué los indignados españoles son tan pacíficos en comparación con sus homólogos británicos.
A diferencia de mi país, el Reino Unido, en estos momentos no todo son pronósticos de desastre. Parece, con tantas fiestas, que España no está en crisis sino que toda ella es una crisis.
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