Wilkins Micawber, un personaje de la novela David Copperfield (1850) de Charles Dickens, no era ningún economista pero acertó con su famosa declaración, “Con un ingreso anual de veinte libras y un gasto anual de diecinueve libras con diecinueve chelines y seis peniques, el resultado es la felicidad. Con un ingreso anual de veinte libras y un gasto anual de veinte libras y seis peniques, el resultado es la miseria.” Dickens sabía de lo que hablaba: su padre terminó en una cárcel para deudores después de no poder satisfacer las demandas de sus acreedores.
Hoy, 162 años después, vivimos una crisis que es el resultado, entre otras cosas, de los excesivos niveles de deuda tanto de gobiernos y empresas como de hogares. Las cárceles para deudores ya no existen (en el Reino Unido desde 1869), aunque no sería mala idea reestablecerlas para los casos más extravagantes e irresponsables pero esta vez para los acreedores también (léase los ejecutivos de algunos bancos que tanto daño han hecho).
Como dice el Instituto de Estudios Económicos de Madrid en su ultimo informe, con el llamativo título, España, sin tiempo para equivocarse, “uno de los grandes desequilibrios es el elevado endeudamiento privado. Una condición imprescindible para que el consumo pueda reactivarse es que se reduzca el peso de la deuda de los hogares. Este proceso ha avanzado muy lentamente desde el inicio de la crisis.” La deuda de los hogares representa el 125% de su renta disponible bruta.
A su vez, para que este proceso de desapalancamiento continúe, es necesario que los hogares mantengan una tasa de ahorro elevada, pero esta presenta una tendencia descendente desde 2010. Y no sorprende, con 5 millones de empleados y más de 1,4 millones de hogares donde ningún miembro tiene un empleo. Sin una reactivación del consumo, la economía no arrancará; de hecho, España está al borde de otra recesión.
Dejando a un lado la partida de la Seguridad Social, el servicio de la deuda pública en España (el 69% del PIB, desde una confortable cifra del 36% en 2007) es el segundo capítulo de gastos (tras las prestaciones por desempleo) de los Presupuestos Generales del Estado. Y hay países con niveles de deuda pública más altos que España como Grecia, Irlanda, Portugal e Italia.
Estas observaciones me vienen después de leer el magisterial libro de Philip Coggan, Paper Promises: Money, Debt and the New World Order (Promesas de Papel: el Dinero, la Deuda y el Nuevo Orden Mundial), publicado por Allen Lane. La tesis de Coggan, quien trabajó para el Financial Times y ahora para The Economist, es que la historia financiera es una lucha entre los acreedores y los deudores sobre la naturaleza del dinero, algo que ha existido en muchas formas, desde conchas marinas hasta tabaco antes de su forma actual en papel, tarjetas de crédito y debito y hasta meros datos en ordenadores. Está previsto que los talones bancarios, que han existido durante unos 350 años, desaparezcan en el Reino Unido a partir del 2018.
Las crisis vienen cuando los deudores dejan de pagar y dan lugar a reformas del propio sistema financiero (por ejemplo, el abandono del patrón de oro a raíz de la Gran Depresión de 1929 y otra vez en los años 70 con el fin del acuerdo de Bretton Woods establecido en 1944 después de la Segunda Guerra Mundial).
Coggan tiene un gran talento para explicar lo complejo de una forma fácil y un profundo conocimiento de la historia económica. En uno de los capítulos más fascinantes, sobre la formación de burbujas en los precios de muchos activos y sus estallidos — en el caso de España en la locura del sector inmobiliario (pervive un altísimo stock de viviendas sin vender en torno a 750.000) — Coggan cita el famoso libro de Adam Smith, La Riqueza de las Naciones (publicado en 1776).
A pesar del aviso de Smith, uno de los padres del capitalismo, las naciones no prosperan de precios más y más altos para viviendas. La riqueza viene, en términos generales, de bienes y servicios comercializables.
Como dice Coggan, “cuando la gente pide prestado dinero para comprar una casa y ésta se revaloriza, ellos se creen más ricos, se sienten más listos. Se lo cuentan a los amigos. Estos amigos que empiezan a fantasear sobre las ganancias que harían si ellos comprasen una casa. La buena voluntad de tomar préstamos aumenta”.
A la vez, los bancos están encantados de prestar más y más dinero, convencidos de que los precios de las viviendas seguirán subiendo y, por ende, sus préstamos son seguros porque su colateral (la vivienda) vale más. El resto es historia y seguimos pagando las consecuencias.
¿Cómo va a terminar esta tragedia? Coggan no ofrece soluciones simplistas y tiene la honestidad de decir que no lo sabe. Pero una cosa es cierta: el papel fundamental que jugará China dada su posición de mayor acreedor en el mundo.
http://www.elimparcial.es/economia/el-dinero-mueve-y-detiene-el-mundo-97789.html