Los artistas, ya sean pintores, escultores, compositores o novelistas, nacen y no se hacen, aunque todos tienen un proceso de aprendizaje. En el caso de Javier Marías, su primera carera de traductor literario jugó un papel fundamental en el desarrollo de su propio estilo y de su marco de referencia literaria.
El libro del profesor británico, Gareth J. Wood, “Javier Marías’s Debt to Translation: Sterne, Browne, Nabokov”, publicado este mes por Oxford University Press, es el primer estudio en profundidad sobre este aspecto de Marías, uno de los novelistas españoles más exitosos. Wood, ciudadano honorario de Redonda, la nación ficticia creada alrededor de la isla deshabitada del mismo nombre, una dependencia de Antigua y Barbuda, cuyo rey actual es Marías, examina algunas de las obras traducidas por Marías de una forma minuciosa y traza paralelismos con sus novelas.
“A aquel que quiera escribir … yo le recomendaría que tradujera … yo he notado en mi propia prosa flexibilidad y soltura después de traducir”, dijo Marías. “Noté mi ’instrumento’ más afinado que antes, gracias al extraordinario ejercicio literario que supone la traducción.” Marías usa palabras con la habilidad de un cirujano con un escalpelo.
Además de traducir a Laurence Sterne (1713-1768), Thomas Browne (1605-1682) y Vladimir Nabokov (1899-1977), Marías ha traducido a novelistas tan diferentes como el ingles Thomas Hardy (1840-1928), cuyo vocabulario es muy rebuscado, y el americano John Updike (1932-2009) que escribió en una prosa moderna y tan clara como el agua, y poetas como WH Auden (1907-1973). En 1979, Marías ganó el Premio Nacional de Traducción por su versión de “The Life and Opinions of Tristram Shandy” (La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy).
Pero llegó un momento en el que traducir y escribir a la vez suponía el riesgo de contaminar su escritura porque, en palabras de Marías, “escribir y traducir son actividades, desde mi punto de vista, demasiado similares como para mantener las dos de una manera continuada.” Marías alcanzó este punto en 1978 cuando sintió que “había cruzado por fin la línea de sombra y alcanzado la madurez y la osadía necesarias para ser intérprete de mí mismo” y dejó de traducir tanto como antes.
El gran crítico George Steiner avisó que “los escritores han dejado de traducir, a veces demasiado tarde, porque la voz inhalada del texto extranjero llega a asfixiar la suya propia.” Éste no ha sido el caso de Marías que ha desarrollado su propia voz.
Pero aún en 1995 (después de enseñar en la Universidad de Oxford dos años durante los 80) continuaba siendo considerado por las altas esferas del mundo literario español un escritor británico que escribía en español.
Marías empezó su vida literaria traduciendo (aunque escribió su primer cuento, cuando tenía solo 14 años) no solo para forjar y madurar su propio estilo sino también como una manera de rechazar su herencia cultural. “Era la nuestra la primera generación que en verdad no había conocido otra España que la franquista, y se nos había tratado de educar en el amor a España desde una perspectiva grotescamente triunfalista. A la hora de la rebeldía contra esa educación, la consecuencia no podía ser otra que un virulento desprecio no ya hacia esta España cotidiana y mediocre, sino hacia todo lo español, pasado, presente y casi futuro.”
Algo similar ocurrió con Antonio Muñoz Molina. “Para nosotros la palabra tradición sólo podía significar oscurantismo e ignorancia, del mismo modo que las palabras patria o patriotismo significaban exclusivamente dictadura,” dijo en una conferencia en 1993.
A diferencia de Muñoz Molina, Marías venía de una familia intelectual y algo cosmopolita, siendo su padre el filósofo Julián Marías (1914-2005) quien llevó su familia a EE UU en 1951 por razones políticas donde fue expuesto desde una tempranísima edad al inglés, y luego recibió una educación de élite en Madrid (en el Colegio Estudio).
Los ideas de Browne sobre la circularidad en asuntos humanos, la posteridad, el tiempo y la memoria, algunos de los temas recurrentes en las novelas de Marías, fueron incorporados a su vocabulario imaginativo. Sterne le dio la confianza de, en palabras de Wood “permitir a sus narradores divagar en el tiempo, ralentizar o incluso suspender en el tiempo el ritmo narrativo en aras de llegar a reflexiones de esencia personal o filosófica.”
Debo confesar que yo leo las novelas de Marías en inglés porque las versiones de su traductora, Margaret Jull Costa, son tan brillantes que parece que ella es la autora, y hasta cierto punto lo es, una experiencia que seguramente Marías sintió cuando el estaba traduciendo.
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