Todo lo que queda de la vida del escritor Arturo Barea, que murió hace 55 años en el exilio en Inglaterra, aparte de sus libros, reside en trece cajas en una casa en Londres que el mes pasado tuve el privilegio de ver. Fue como pasar una tarde charlando con alguien que admiro y me hubiera gustado conocer.
El archivo, que muy pocas personas han visto, llegó a manos de alguien (quiere quedarse en el anonimato) cuando la mujer austriaca de Barea, Ilsa, quien tradujo al inglés su trilogía de novelas autobiográficas “La Forja de un rebelde”, su libro más conocido, regresó a Viena varios años después de la muerte de Arturo. La trilogía se publicó originalmente en inglés en los años 40, y no vio la luz en España hasta 1978, tres años después de la muerte de Franco (aunque previamente, en 1951, fuera publicado en español en Argentina). La última edición salio el mes pasado en Madrid publicado por RBA.
Encontré los pasaportes británicos de Barea (logró la nacionalidad británica en 1948, nueve años después de llegar en Inglaterra, como tantos otros republicanos) llenos de visados para poder visitar varios países latinoamericanos, su testamento, su cartilla militar (se alisto en el ejercito en 1918), muchas fotos y cartas, el manuscrito completo de “La raíz rota”, su última novela, y, para mi, la joya más valiosa: la primera página de “La Forja”, tecleada sobre un papel muy fino por la máquina de escribir del autor (una Underwood) que, al ser inglesa, no tiene acentos. Barea los puso a mano con un lápiz de color azul.
Las primeras líneas de “La Forja” evocan de una manera maravillosa la infancia de Barea. Al leerlas no pude resistir que se me pusiese un nudo en la garganta. Su madre llegó a Madrid desde Badajoz después de la muerte de su esposo y padre de Arturo, convertida en una lavandera menesterosa en el Manzanares. “Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados.”
Esta mismo Underwood de Barea de los años 40 esta en el salón de la casa de mi amigo Antonio Muñoz Molina. Llegó allí después de nuestra restauración con un grupo de otros admiradores de la deteriorada lápida de Barea que yo había encontrado en 2010 en el anexo del cementerio principal de la iglesia de Todos los Santos (All Saints) en Faringdon, un pueblo del condado de Oxford en donde Barea vivió. Una mujer inglesa había traído la maquina de escribir a España muchos años después de la muerte de Barea y se la ofreció a Antonio después de leer su articulo sobre la restauración.
Entre las cartas del archivo hay una dramática de 1952 enviada por el escritor inglés George Pendle a Barea en donde Pendle dice que había recibido una queja de las “autoridades culturales en Madrid” por haber escrito que Barea era un escritor español. “Esta gente me dice que tu ya no eres un escritor español, al igual que Conrad no lo es polaco. Dice que dictas a tu mujer (en algún idioma cuya identidad ellos evitan divulgar), y ella redacta tus pensamientos en inglés. Con tu permiso me gustaría refutar esta declaración oficial.”
Es cierto que Ilsa tradujo a Barea al inglés, pero siguió siendo un escritor español.
Este no fue el primer intento de la dictadura franquista de calumniar a Barea. Había apoyado activamente a la República como locutor radiofónico bajo el seudónimo “La voz desconocida de Madrid” y en su trabajo de censor al frente de la Oficina de Prensa Extranjera en Madrid. No hay duda que Barea habría sido ejecutado si hubiera permanecido en Madrid después de la derrota de la República en 1939.
Otra carta del archivo escrita a Barea por el editor Fredric Warburg en 1941 relata cómo el bombardeo alemán de Plymouth ha destruido el manuscrito de su Struggle for the Spanish Soul (“Lucha por el alma de España”), a punto de ser publicado en la misma serie que un ensayo famoso de George Orwell. Warburg le pedía a Barea que le mandase urgentemente la copia del manuscrito. Por fortuna, Barea tenia un duplicado.
En 1956, un año antes de morir, la BBC envió a Barea de gira durante cincuenta y seis días por Argentina, Chile y Uruguay, donde dio múltiples conferencias y entrevistas, y asistió a numerosos banquetes y firmas de libros. La exultante acogida se debió no sólo a su trabajo como locutor semanal para la sección de América Latina del Servicio Mundial de la BBC bajo el seudónimo “Juan de Castilla” sino al éxito de La forja de un rebelde en América Latina. La edición de Buenos Aires había vendido 10.000 ejemplares en pocos meses.
Las autoridades franquistas, al tanto de la gira, llamaron a Barea “el inglés Arturo Beria” — una referencia al jefe de seguridad de Stalin que apuntaba al supuesto pasado de Barea como comunista. Barea nunca fue comunista; se exilió muy decepcionado con toda la izquierda española. Era un demócrata.
¿Qué hay que hacer con estos valiosos archivos personales que casi no han visto la luz del día? Su depositaria siente hacia ellos una gran responsabilidad. Yo he propuesto que los done a la Biblioteca Nacional en Madrid, para facilitar la labor de los investigadores. El mes pasado Muñoz Molina presentó la donación de sus archivos personales en lo que llamó “un acto de restitución a la sociedad”, algo que creo que Barea, un hombre sin rencores, habría querido si hubiera sobrevivido al régimen franquista.
http://www.elimparcial.es/cultura/el-archivo-personal-de-arturo-barea-114024.html