Henry Buckley: un testigo excepcional

Hace muchos años que quería leer la versión original de The Life and Death of the Spanish Republic (“Vida y muerte de la República española”) del periodista británico Henry Buckley, corresponsal británico del periódico conservador, Daily Telegraph, pero era imposible conseguir este mítico libro porque pocas semanas después de su publicación en 1940, el almacén en Londres donde se guardaban casi todos los ejemplares fue destruido por bombas incendiarias alemanas.

Gracias, en parte, a los esfuerzos incansables del historiador británico Paul Preston, el libro fue publicado en español en 2009 por Austral, traducido por Ramón Buckley, uno de los hijos de Henry. Ahora ha sido reeditado por Austral y publicado en ingles por I.B. Tauris por la primera vez desde 1940 con las fotos de Buckley y prólogo de Preston.

Buckley, nacido en 1904, llegó a España en 1929 desde Paris y Berlín y escribió crónicas sobre el país hasta 1939. Fue un testigo excepcional. Vivió la caída de la monarquía, el establecimiento de la República y la Guerra Civil. Igual que la trilogía de Arturo Barea, “La forja de un rebelde”, el libro de Buckley es vivo, ameno y honesto, y tiene la inmediatez de lo auténtico.

Era católico, pero pronto se hizo muy crítico de la oscurantista Iglesia española. En una referencia al periódico tradicionalista, “El Siglo Futuro”, escribió en el libro que más vale llamarlo “El Siglo XVI” porque poco había cambiado en la Iglesia desde entonces. Hacia el final del libro confesó estar avergonzado del “uso que se le está dando a la cruz” y dejó de ir a misa con regularidad.

En los dos años antes del establecimiento de la República, llega a la conclusión que va a ser muy difícil establecer una democracia y una sociedad más justa debido a la existencia de “una economía feudal sin una fuerte clase media y mercantil capaz de tomar el control y reformar y reconfigurar la maquinaria económica para que encaje con las necesidades del siglo XX. No había otro país en Europa en esta época donde una persona rica pudiera obtener tantos rendimientos por su dinero y pagar tan pocos impuestos como España. Era un país pobre con muchos ricos.”

Buckley tenía en baja estima al Alfonso XIII, y durante la última noche del rey en España, antes de salir al exilio, mantuvo una vigilia fuera del Palacio Real. Cuando, de repente, salió un portero de la Casa Real, Buckley le preguntó qué estaba haciendo el monarca en sus últimas horas. “Sus majestades están asistiendo a una función cinematográfica en el salón recientemente equipado con sonido.”

El autor conoció a todos en el mundo político. En una ocasión, su colaboración fue un pedido para traducir al inglés un discurso de Niceto Alcalá-Zamora que iba a ser emitido por radio poco después. Dado que Alcalá-Zamora tenía fama de hablar de una manera incomprensible y farragosa, Buckley leyó otro discurso que había traducido días antes. Nadie notó diferencias.

Acompañó a Francisco Largo Caballero en los frentes de la Sierra Guadarrama y a Enrique Lister en los de Guadalajara, visitó a Lluís Companys en la cárcel Modelo, indagó en la vida del contrabandista Juan March (sin conocerle), es testigo del asedio del Alcázar de Toledo, visitó con regularidad los depósitos de cadáveres en Madrid para contar el número de muertos, escuchó a Manuel Azaña en sus mítines y descubrió un tribunal secreto en el edificio de Bellas Artes donde personas detenidas por grupos comunistas, socialistas y anarquistas eran juzgadas sumariamente y muchas veces acababan muertas a tiros.

Buckley observó agudamente que el Partido Comunista de España era un factor de poca importancia al comienzo de la Guerra Civil y vio cómo logró alcanzar una posición de liderazgo aprendiendo de la experiencia del Partido Comunista ruso durante la guerra civil de Rusia. “Debido a su organización y células, pudieron desarrollar sus políticas y lograr avances entre la opinión pública.”

La política de no intervención de Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos lo hizo enojar. “Por omisión, ayudaron a estrangular a la República.” Este enojo llegó a tal punto que Buckley consideró seriamente abandonar el periodismo, y en vez de luchar con la pluma, unirse a las Brigadas Internacionales.

El libro termina con Buckley en la frontera entre España y Francia como testigo del “río lamentable de 400.000 refugiados fluyendo a Francia desde Catalunya” y de los campos de concentración en Argelès y Saint-Cyprien donde la gente dormía al aire libre en condiciones deplorables, mientras veinte camiones cargados con cuadros del Prado viajaban a Ginebra cubiertos con lonas y cuidados por expertos.
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