La abdicación del Rey Juan Carlos ha abierto una caja de Pandora y resucitado el debate estéril sobre monarquía o república.
Cuando la monarquía parlamentaria como forma política del Estado fue aprobada en julio de 1978, hasta el líder del Partido Comunista de España (PCE), Santiago Carrillo, votó a favor. Para Carrillo, más importante que monarquía o república era traer la democracia (aunque no era un demócrata) y legalizar el PCE, y no había la más mínima posibilidad de hacerlo luchando por una tercera república.
“La realidad es que [el Rey] ha sido una pieza decisiva en el difícil equilibrio político establecido en este país y lo sigue siendo. (…) Abrimos un crédito de confianza a un hombre joven que da muestras de identificarse más con la España de hoy que con la del pasado,” dijo Carrillo.
La monarquía parlamentaria quedó aprobada por 196 votos a favor, 9 en contra y 115 abstenciones. La semana pasada el Congreso aprobó la ley de abdicación de don Juan Carlos con 299 votos a favor, 19 en contra y 23 abstenciones.
El gran cambio positivo en relación con el año 1978 es que los socialistas votaron a favor en vez de abstenerse, salvo tres diputados díscolos que se ausentaron o abstuvieron y que pagarán 400 euros de multa por violar la disciplina de voto.
Aunque la votación en las Cortes la semana pasada no era para debatir y decidir, como en 1978, sobre el dilema monarquía o república, algunos diputados no hicieron caso, y con papeles intercambiados, como en el caso del PSOE y el PCE.
Es cierto que la actitud de los socialistas en 1978 ante la institución monárquica era más de principios y menos oportunista que la de los comunistas. En palabras del entonces diputado Luis Gómez Llorente, la república “es la forma de Estado más acorde bajo el prisma de los principios democráticos” frente a “las magistraturas vitalicias, y más aún, las hereditarias.” Pero como dijo Carrillo en el mismo debate constitucional, “la realidad no corresponde siempre al ideal imaginado.”
“Treinta y cinco años después, los socialistas seguimos sin ocultar nuestra preferencia republicana, pero nos seguimos sintiendo compatibles con la Monarquía parlamentaria,” declaró Alfredo Rubalcaba.
Nadie en su sano juicio puede negar que España ha disfrutado en los últimos 39 años de más libertades, prosperidad (incluso tomando en cuenta el impacto de la última crisis económica) y convivencia pacífica que en los últimos 100 años, y probablemente que en cualquier época de su historia.
Desgraciadamente, el debate sobre monarquía o república va a ganar fuerza, fomentado por el problema de Catalunya (el único partido en esta autonomía que está ganando votos es Esquerra Republicana) y los resultados espectaculares de Podemos en las elecciones europeas, aunque otra cosa es si este movimiento algo bolivariano es capaz de convertirse en un partido político y una opción válida en las próximas elecciones generales.
La restauración de una república no va a resolver la crisis en el desempleo, el sistema educativa deficiente, el modelo productivo desequilibrado, la falta de democracia interna en los partidos políticos y la politización del sistema de justicia, por mencionar solo unos pocos problemas. No creo que un Felipe González o un José María Aznar en la jefatura del Estado va a representar e integrar mejor el país que un rey (o reina).
Además, una república saldría más cara para España que la monarquía (en elecciones cada cuatro años y mantenimiento de la jefatura del Estado). Según el muy sabio economista Mauro Guillen, que ha recopilado datos de 153 países entre los años 1960 y 2013, “no hay motivo alguno para alterar nuestra forma de estado, al menos desde un punto de vista estrictamente socioeconómico y en comparación a otros países”. La combinación de monarquía y democracia aporta a España un valor de unos 7.050 millones de euros al año, dice Guillen, en comparación con aquellos países que carecen de monarquía y de libertades democráticas.
Si yo fuera Felipe VI, convocaría en un momento determinado un referéndum sobre la monarquía para zanjear este tema una vez para siempre, y estoy seguro que lo ganaría. Su padre corría muchos riesgos.
Durante mi etapa de corresponsal de The Times de Londres en Madrid, tuve un encuentro con don Juan Carlos en 1977. Apreciaba, divertido, un chiste a su costa: “¿Por qué me coronaron en un submarino?” Porque en el fondo no era tan tonto.”
¡Qué gran verdad ha resultado ser! Acertó en pasar el relevo a una nueva y bien preparada generación.