Un mundo sin fin

Con la España de hoy en declive y no solo por la amenaza de una Cataluña independiente, nunca dejará de fascinar el imperio español del siglo XVI, cuando el rey Felipe II gobernaba sobre Iberia, gran parte de Italia, los Países Bajos, las Américas desde California y Florida hasta Buenos Aires, el Caribe y Las Filipinas.

Con World without End: the Global Empire of Philip II (“El mundo sin fin: el imperio global de Felipe II”) publicado por Allen Lane, el gran historiador británico Hugh Thomas cierra su trilogía dedicada al imperio español. El interés por este periodo glorioso en la madre patria es tanto que el libro de Thomas salió publicado en español antes que en inglés, y con otro título, “El señor del mundo: Felipe II y su imperio”. Ambos títulos transmiten bien el alcance global y el poder imperial de España.

Si en los dos primeros tomos se abordaba la historia de la colonización desde el descubrimiento hasta las grandes empresas del reinado de Carlos V, esta tercera entrega, con un amplísimo apéndice de tablas y datos que complementan el relato,
aborda los años de gobierno de su hijo – “la época de la administración” − centrados en sus dominios de ultramar.

Un dato en particular me llama la atención: hacia 1570 la población total de la América española (18 territorios) era de unos 10,2 millones, de los cuales solo 138.000 eran blancos (el 1,3%), esto es españoles.

¡Tan pocas personas para administrar y controlar de una manera u otra un enorme imperio que eclipsó a España, a través de un sistema de comunicaciones que iba desde El Escorial –la casa matriz de este enorme empresa y la residencia de Felipe II−, a las filiales (los territorios), o desde el Consejo de Indias, sin tener una sede física fija, lo que nos parece increíble en la era de Internet!

El tiempo más corto para recibir en Lima una carta mandada desde Sevilla era de 88 días, pero más rápido que mandar una desde México al mismo destino (112 días). Al Rey le gustaba recibir toda la información por escrito, algo que ayudó a fomentar el desarrollo de los servicios postales.

España construyó en los territorios centenares de iglesias y monasterios, y trasladó ejemplares de Don Quijote (publicado en 1606, ocho años después de la muerte de Felipe II), las procesiones religiosas y las fiestas, que eran un parte importante de la vida en España, y hasta las corridas de toros. Hacia 1580, Lima contaba con una universidad, una imprenta, tiendas de moda y magnificas casas privadas.

El autor, que labró su nombre con su libro sobre la Guerra Civil, pinta vivamente la vida cotidiana tanto de los españoles como de los indígenas. Describe cómo los españoles se organizaban y cómo convivían con los indios, así cómo fue la revolucionaria y polémica introducción de nuevos cultivos y ganado proveniente de la vieja Europa.

El libro crea una imagen completa y no se concentra excesivamente sobre los aspectos crueles y más conocidos de los conquistadores, como las controvertidas conversiones en masa −llevadas a cabo primero por órdenes mendicantes, franciscanos o dominicos, que posteriormente dieron el relevo a los jesuitas de Ignacio de Loyola−, o como la violencia aplicada a algunos nativos rebeldes denunciada por Bartolomé de las Casas.

A pesar de que los primeros descubrimientos y conquistas tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XVI, bajo su padre Carlos V, a lo largo del reinado de Felipe II aún se realizaron conquistas como la de Yucatán, La Florida, Cuba o Paraguay, así como las expediciones de Lope de Aguirre, descrito por el autor como “un hombre de la pura maldad con talentos superiores”.

El imperio español no ocupó solamente lo que hoy conocemos como Latinoamérica, sino que se extendió también hacia puntos de Asia, la historia menos conocida de la globalización de España. Desde su base en Las Filipinas, la Iglesia y el gobernador de las islas llegaron a creer que con unos 8.000 hombres y doce galeones podrían conquistar a China y permitir que el Rey se ganara el imperio chino. Al fin y al cabo Hernán Cortes había conquistado México con, se dice, 11 barcos, 500 hombres, 13 caballos y unos cañones.

Sin embargo, la idea no prosperó, en parte debido a la tremenda derrota de la Armada Invencible en 1588 ante la fuerza naval inglesa. ¡Qué mundo tan diferente habríamos tenido si España hubiera incorporado China a su imperio!

http://www.elimparcial.es/noticia/140893/Un-mundo-sin-fin.html