Muchas gracias por invitarme a este ciclo de conferencias. Siempre es un placer salir de Madrid donde vivo desde 1986 y antes de esto entre 1974 y 1978 cubriendo la transición para The Times de Londres. Como se ve no pude resistir la tentación de regresar a España en forma permanente, siguiendo la tradición de los llamados curiosos impertinentes. También habrán notado que a pesar de tantos años en este país no he podido quitar mi acento que suena a la BBC, ni mi aspecto de vikingo. Yo empecé a aprender español con 23 años y en la calle, no con clases, algo que ahora lamento.
Todos de una cierta edad recordamos el frase turística “Spain is different”/España es diferente de los años 60, que se sigue usando hasta la saciedad cuando se habla en términos muy simplistas de la imagen de España en el exterior (la realidad actual se percibe a través de estereotipos de siempre: los toros, las siestas y las fiestas). Yo voy a intentar aplicarlo a la España de hoy y su crisis. ¿Diferente de que? Aunque soy de la Pérfida Albión (donde aún hablamos de Sir Francis Drake y no, como aquí, del “pirata Drake”), mi punto de comparación no sería Gran Bretaña, lo que tal vez es injusto para España porque es el país de la democracia más antigua. Hago comparaciones con varios países.
Empiezo con la economía. Lo que más me llama la atención y mucho es el auge del desempleo en España. El producto interno español bajó entre 2007, el último año de las vacas gordas, y 2013, el 5,9%, por debajo de la contracción de 8,5% en la economía de Italia (mejor país para comparar que el mío dado las similitudes). Pero mientras que la tasa de desempleo italiana duplicó hasta alcanzar el 12,2%, la española más que triplicó hasta llegar al 26%. Incluso la tasa de desempleo en España del 8% en 2007, la más baja para varias décadas, era muy alta para países como Alemania, Francia y el Reino Unido.
En mi opinión, el incremento en el desempleo en España se debe más a su desequilibrado modelo económico, excesivamente basado en el ladrillo, que a cualquier otro factor, como, por ejemplo, las rígidas leyes del mercado de trabajo.
Esta febril carrera por construir tantas casas empezó con la Ley de Suelo del Partido Popular en 1998, que en vez de bajar los precios del suelo tuvo el efecto contrario. No olvidemos que el número de viviendas iniciadas en España en 2006 fue más alto que Alemania, Francia e Italia conjuntamente. Este modelo productivo, que fue el motor de una década de crecimiento alto pero ilusorio, ha sido una maldición para España, contaminando los fundamentos macroeconómicos, poniendo en peligro el sistema bancario, fomentando la corrupción, erosionando la confianza en la clase política y restando importancia a la educación.
La locura de la burbuja inmobiliaria (y algunos aeropuertos), alimentada por los bajos tipos de interés en la zona euro, era, para mí al menos, como el título de una novela de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada, o tal vez para ser más justo La crónica de un fracaso anunciado. La única incógnita era cuándo iba a ocurrir.
Otra manera de ver la desproporcionada subida del desempleo en España es compararla con Alemania. España hoy, con un 11% del PIB de la zona euro y una población de 47 millones de habitantes, tiene 5,4 millones de parados, según la última encuesta trimestral de la población activa (EPA) publicado el mes pasado. Estos 5,4 millones representan alrededor de una tercera parte de todos los desempleados de la zona euro. Alemania, con 82 millones de habitantes y un 30% del PIB, tiene solo 2,9 millones de parados (un 15% del total de la zona euro).
Y, a diferencia de otros países, España tiene dos maneras de medir el desempleo. La otra es la cifra mensual del paro registrado. En octubre hubo 4,5 millones de parados registrados en las oficinas del Ministerio de Empleo – casi un millón menos que la cifra de la EPA. ¿Cuál es la cifra que refleja más la realidad?
Con frecuencia circula dentro y fuera de España, la idea de que más de la mitad de los jóvenes españoles (de entre 16 y 24 años) está en paro, un “dato” que vendría a ahondar la imagen de crisis profunda del país. Sin embargo, la realidad es que el 24% de los jóvenes de entre 16 y 24 años está en paro, más o menos en línea con la cifra total para España.
¿De dónde procede entonces el dato del más de 50%? De Eurostat, la agencia estadística europea, que utiliza dos medidas del paro juvenil: una está calculada sobre todos los jóvenes de esas edades (se denomina “ratio” de desempleo y da como resultado ese 24%) y la otra se calcula sobre los jóvenes que forman parte de la población activa, es decir, que están ocupados o buscando trabajo. Con esta segunda fórmula (“tasa” de desempleo), el paro juvenil español es efectivamente del 56%. Esta fórmula tiene sentido entre los adultos, especialmente los hombres, de los que se espera que prácticamente todos trabajen o busquen trabajo hasta la edad de la jubilación. Pero aplicarlo a una edad en que la mayoría de los individuos está todavía formándose altera su sentido, aunque proporcione información. El problema es que Eurostat sólo difunde este segundo dato y no el primero. En cualquier caso, se tome la ratio o se tome la tasa, el resultado que es que España es el país europeo con mayor desempleo juvenil ( o de los más).
Igualmente preocupante es la alta tasa de desempleo entre la población con edades entre 55 y 64 años. Con una cifra de desempleo del 20% entre la población activa mayor, España casi cuadruplica la media de la OCDE. Además, el aumento ha sido muy acusado en España, ya que en 2008 la tasa todavía estaba en un 7,4%.
Con respecto al desequilibrado modelo económico, el enorme peso del sector de la construcción en España se ve por la pérdida de más de 1,7 millones de puestos de trabajo en este sector entre 2007 y este año en comparación con unos 300.000 en servicios, unos 200.000 en agricultura y 900.000 en industria.
Este modelo productivo generó millones de puestos de trabajo, en su mayoría temporales, cuando la economía iba viento en popa, y los destruyó de manera igual de masiva cuando pinchó la burbuja inmobiliaria. Es más, el crecimiento actuó como un imán para los inmigrantes, sin los cuales no habrían podido construirse tantas casas. En cinco años, entre 2002 y 2007, el número de puestos de trabajo aumentó en España en 4,1 millones, mucho más que cualquier otro país europeo, incluyendo Alemania, y solo 1,2 millones menos que el incremento entre 1986 y 2002. De los 3,7 millones de puestos de trabajo que se han destruido desde 2007, 1,7 pertenecían a la construcción.
Las reformas del mercado laboral han reducido los costes del despido y han concedido ventaja a las empresas, dependiendo de su salud económica, en los convenios de negociación colectiva. Pero no están teniendo mucho impacto en la creación de empleo, y no sorprende.
El número de personas con contratos temporales en el tercer trimestre aumentó en 122.4000, mientras que los con contratos indefinidos disminuyeron en 26.700. La tasa de temporalidad ha bajado por tanta destrucción de puestos de trabajo en los últimos seis años – los con contratos temporales suelen ser los primeros en perder su trabajo por ser los más baratos – pero aún está en casi 25% (33% en 2007).
Gracias a Dios que existe un sector de turismo floreciente, el motor del sector de servicios. La gran mayoría de los 108.000 puestos de trabajo creados en el tercer trimestre fueron en este sector, pero no son puestos permanentes y sostenidos. El 77% del empleo total en España está en el sector de servicios, casi 10 puntos más que en 2007, el mayor incremento en los 28 países de la Unión Europea, y en comparación con la media europea de 72%.
Incluso con leyes laborales tan flexibles como las de Estados Unidos, yo no creo que la tasa del desempleo bajaría mucho en España. De los 5,4 millones de desempleados, 3,4 millones llevan más de dos años en el paro. Muchos perdieron sus trabajos en el sector de la construcción, y son personas de baja calificación, particularmente los que dejaron de estudiar a los 16 años, y tienen pocas posibilidades de incorporarse al mercado laboral otra vez si no se reciclan. Fijénse que en septiembre hubo 185.000 solicitudes para 716 puestos en un nuevo hospital en Madrid.
En resumen, el problema del desempleo, a diferencia de los otros países grandes de la Unión Europea, reside en el modelo productivo y no en más y más flexibilización del mercado laboral. Hubo una falta absoluta, en toda la miope clase política, de una visión a largo plazo de cómo se iba a reemplazar el sector inmobiliario cuando éste se hundiera. Como dijo el gran escritor británico George Orwell, “Ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante”.
Teniendo en cuenta que es poco probable que los sectores inmobiliario y de la construcción se recuperen en una década, además de las enormes reducciones de plantilla en las administraciones públicas para bajar el déficit presupuestario, y que el decaído consumo nacional no anima a crear nuevas empresas, las perspectivas del empleo seguirán siendo sombrías. ¿Cuánto tiempo seguirán mostrándose tan resistentes los españoles?
Dado el estado del sistema educativo, será muy difícil y tarda décadas en cambiar el modelo productivo. En España, una de cada cuatro personas entre los 18 y los 24 años ha abandonado los estudios prematuramente, el doble de la media de la Unión Europea, aunque la cifra se ha reducido desde su máximo de un tercio durante la expansión económica, cuando los estudiantes dejaban de estudiar a los 16 años y acudían en tropel a trabajar en el sector de la construcción. Igualmente preocupante es que una cuarta parte de los jóvenes en edades comprendidas entre los 15 y los 29 años no están recibiendo ni educación, ni formación ni empleo, los llamados Ninis.
Los resultados en las pruebas PISA de la OCDE en lectura, matemáticas y conocimiento científico de los estudiantes de 15 años, y de los niños de cuarto curso en los exámenes TIMS y PIRLS, son, en general, mediocres; ninguna universidad española figura entre las 160 más importantes del mundo en las principales clasificaciones académicas, y el gasto en I+D, situado en un 1,3% del PIB, se halla muy por debajo del de otras economías desarrolladas.
Ahora bien, es una buena noticia que el porcentaje de la población con edades entre 25 y 64 años que tiene estudios superiores cuenta ha pasado en España de un 29,3% en 2007, antes de la crisis, a un 33,7% en 2013, cinco puntos porcentuales por encima del promedio de la Unión Europea. Alemania se sitúa justo en la media. No hay más remedio que seguir estudiando. Dicho esto, muchos de los titulados universitarios en España están sobrecalificados para el puesto de trabajo que encuentran, si es que encuentran algo. Otra vez estamos con el problema del modelo económico.
Igual que los británicos – yo mismo soy un buen ejemplar – los españoles son pocos dotados en aprender idiomas bien. Todos recordamos el vergonzoso incidente el año pasado cuando Alejandro Blanco, el presidente de la Comisión Olímpica Española durante ocho años, espeto el risible “No listen the ask” (no escuchar la pregunta) en una rueda de prensa sobre la candidatura de España para los juegos del 2020 .
España ha invertido demasiado en infraestructura y demasiado poco en capital humano. A diferencia de gastos en educación, inversiones en infraestructura son muy atractivas para los partidos políticos tanto en términos de votos como de comisiones, como hemos constatado por la ola de casos de corrupción.
España acaba de salir en el puesto nueve de un total de 144 países en el ranking mundial de infraestructuras, elaborado por el Foro Económico Mundial. Como asegura el propio Foro “una infraestructura amplia y eficiente resulta esencial para lograr un funcionamiento eficaz de la economía”.
Lo mismo se puede decir de una eficiente sistema educativo. Dicho esto, la solución no es de inyectar más dinero en las escuelas públicas, aunque más fondos son siempre bienvenidos. Hay países como Finlandia que no gastan mucho más que España en la escuela pública medido en términos de su PIB, pero que rinden mucho mejores resultados. El salario anual promedio de un profesor en Finlandia es solo $1,300 más que un profesor español en términos de paridad de poder adquisitivo. El sistema educativa español es de lo menos eficientes, según un índice publicado por GEMS en septiembre que cubre 30 países y basado en aspectos como el salario, el número de alumnos en una clase, resultados en las pruebas PISA, etc.
La tributación española es también poco eficiente. España recauda poco porque pese a tener tipos impositivos nominales altos, la recaudación efectiva es baja. Según un miembro de la Comisión de Expertos para la Reforma Fiscal, si se aplicara la estructura actual del IVA español a la base tributaria alemana, la recaudación en términos del PIB sería básicamente como la española. El problema no es tanto el fraude, aunque siempre será bueno combatirlo, sino los mecanismos legales de elusión fiscal, las excepciones, deducciones y bonificaciones, que explican los bajos tipos efectivos y la penuria de la recaudación. La presión fiscal española (el cociente entre los ingresos fiscales y el tamaño de la economía) es de las más bajas de Europa: se situó en el 32,5% del PIB en 2012, según Eurostat, ocho puntos de PIB por debajo de la media de la eurozona.
Este maldito modelo productivo era no solo la causa profunda del periodo más largo de recesión en España en más de 60 años y del desempleo galopante, pero de la corrupción rampante en los partidos políticos y los hombres de negocios relacionados con ellos, en particular por la relación demasiado cómoda entre las cajas de ahorro y los políticos locales, lo que favoreció tanto capitalismo de compadreo (crony capitalism). Gran parte de la clase política se convirtió en una élite extractiva, o en una casta, el término popularizado por Podemos.
Llama la atención que muy pocos políticos españoles han trabajado en el sector privado. Para muchos la política es una carrera como cualquier otra, y no debería serlo. No sería mal idea que nadie pueda postularse a ser miembro de las Cortes o de los parlamentos autonómicos sin haber trabajado antes en el sector privado.
España ha bajado más que cualquier otro país Europeo en el Índice de Percepción de Corrupción elaborado cada año por Transparency International, la única medida internacional que tenemos. En el último índice, publicado antes de los últimos escándalos de las tarjetas opacas y la Operación Púnica, España bajo 10 renglones al puesto 40 de un total de 177 países y su nota cayó seis puntos a 59. Más cerca de 100, más limpio el país. El número uno es Dinamarca con 91 puntos. El único consuelo es que Italia está en el puesto 69 con una nota de 43.
La reclasificación de terrenos para edificios y la expedición de licencias de construcción favorecieron la corrupción, como es bien sabido en esta comunidad con el famoso aeropuerto fantasma de Castellón y la inauguración por Carlos Fabra. En un acto frente a 2.000 personas trasladadas en autobús desde todos los rincones de la provincia, aclaró que el hecho de realizar ese acto sin tener definida la fecha de la llegada de los primeros vuelos, “daba la oportunidad a los ciudadanos para conocer las instalaciones con tranquilidad, como una atracción turística más”. El entonces presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, también presente ese día, no se quedó atrás y desde el mismo atril le dijo a Fabra: “Carlos… ¡eres un visionario!”. ¡Vaya cara que tiene Fabra, condenado a cuatro años de cárcel por varios delitos fiscales, de pedir al Gobierno el indulto, y concederlo hubiera sido el colmo!
El auge de la corrupción, uno de las pocas industrias en crecimiento, benefició también del alto nivel de “bancarización”. El número de las sucursales de las cajas de ahorro se duplicó entre 1990 y 2008 a 25.000, mientras que el número de las sucursales de los mucho más prudentes, mejor gestionados y menos politizados bancos comerciales, como Santander y BBVA, alcanzó 15.600 en 2008. Hubo casi un sucursal (entre cajas y bancos comerciales) para cada mil habitantes en 2008, el doble de la densidad de la zona euro. El número total de las sucursales ha caído en más de 12.000 desde el inicio de la crisis y el sector financiero ha despedido a 63.500 empleados, lo que supone en 23,5% del total.
A diferencia de mi país, España está muy lejos de la situación en la City de Londres, donde, según datos oficiales, unos 6.000 banqueros, agentes de bolsa y asesores financieros han perdido sus puestos de trabajo por mala gestión o peor. Y, lo que es éticamente peor, imputados bien conocidos, como Rodrigo Rato, han podido seguir sus carreras. Creo firmemente en el principio de presunción de inocencia hasta que alguien sea declarado culpable tras un juicio, pero no creo que alguien en mi país con el currículo de Rato habría sido nombrado asesor en dos empresas emblemáticas (en su caso Santander y Telefónica) después de ser imputado por el caso Bankia en 2012. Los gestos son importantes, particularmente en tiempos de crisis.
Dicho esto, veo que hace poco el Banco Santander, ante la resistencia de Rato de presentar su renuncia tras el escándalo de las tarjetas opacas, decidió prescindir del expresidente de Caja Madrid por la vía de disolver todo su Consejo Asesor Internacional, en vez de solamente castigar a él, que habría sido éticamente más adecuado. La versión oficial de Santander es que el banco ha decidido reconfigurar las relaciones de asesoramiento que tiene institucionalizadas “a la luz de los cambios que se han producido en la situación global y que van a continuar en la próxima década”.
Luis Guindos ha prometido “luz y taquígrafos” para la crisis bancaria, pero no ha sido el caso. En Londres, por ejemplo, Bob Diamond, el antiguo consejero delegado de Barclays, fue llamado rápidamente en 2012 para testificar en público ante una comisión parlamentaria que investigaba el abuso del Libor, y ante las cámaras de la televisión.
La politización del sistema de justicia – los políticos han colonizado gran parte de las instituciones esenciales para poder tener un sistema eficaz de salvaguardias y contrapesos, pieza fundamental de la democracia, – también ha ayudado a fomentar la corrupción. En las palabras de Antonio Garrigues, España sufre de una politización de la justica y una judicialización de la política.” También, la judicatura está sujeta a luchas internas, todo lo cual beneficia a los políticos y aumenta la desconfianza de los ciudadanos. A mi me molesta, por ejemplo, que se conozcan las afinidades, incluso afiliaciones, políticas de los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial.
Además, los procesos judiciales marchan a paso de tortuga antes de llegar a un juicio, si es que llegan: basta ver los 10 años que pasaron entre abrir una investigación de y la sentencia de una tribunal, o los ocho años que se han tardado para que la gran estafa piramidal de Fórum Filatélico se acerca a juicio.
En este país todos son víctimas y muy pocos asuman su responsabilidad. Muy pocos políticos, en particular, se hacen responsables por sus acciones. Cuando Chris Huhne, ex ministro británico de Energía, dimitió de su escaño en el parlamento en 2013 y del Gabinete del Gobierno por tratar de ocultar una infracción de tráfico, mis amigos españoles se quedaron con la boca abierta. Un delito menor y cometido hace 10 años, pero vergonzoso, según las normas a las que están sujetos los parlamentarios, y tanto él como su ex mujer fueron encarcelados por varios meses. También dimitió, el director de la BBC al poco de ostentar su cargo por un reportaje en el que se acusaba erróneamente a un político de abuso sexual infantil. El director de la BBC no era, como es natural, el autor del reportaje que levantaba un falso testimonio contra un personaje público, pero consideró que su honorabilidad le obligaba a dejar el cargo. Esto no pasa en España.
En el último caso de esta naturaleza, la diputada Emily Thornberry tuvo que dimitir este mes de su puesto de responsable de justicia de los laboristas, el partido en la oposición en mi país, por su mensaje en la red social Twitter, el día del anuncio de los resultados en las legislativas parciales en la circunscripción de Rochester, ganadas por el partido antinmigración y euroescéptico UKIP. Su mensaje contenía una foto de una modesta casa con dos banderas inglesas colgando del balcón y una furgoneta típica de trabajador y la leyenda ‘Imagen de Rochester’. El tuit fue interpretado como de condescendiente y los tabloides hicieron sangre con él.
Uno de los aspectos más positivos de la crisis es un cambio significativo en España en actitudes públicas con respecto a la corrupción, que a mi modo de ver es una nueva y sana fase en la transición desde el estado autoritario de Franco a más transparencia y responsabilidad democrática. Las crisis sirven para cambiar hábitos.
Cuando yo fui corresponsal del Financial Times en México hace más de 30 años, antes de regresar a España en 1986 en forma permanente, el entonces y muy corrupto presidente, José López Portillo, acuñó un frase, “la solución somos todos.” Los mejicanos, con su buen sentido de humor, rápidamente transformaron este frase en “la corrupción somos todos.” Existe más en el PP pero que atañen un gran parte del espectro político, sindical y empresarial.
Algo similar pasó en España durante la época de las vacas gordas cuando demasiadas personas fueron demasiado tolerantes de la corrupción, tal vez por ser, en cierto modo, una corrupción algo democrática si me permiten decirlo así: todo desde un fontanero que no cobra la IVA hasta el dueño de una finca de naranjas que logra recalificar el terreno para edificar una urbanización y venderlo a un promotor tras untar la mano de un alcalde, hasta el nepotismo a gran escala, como en el caso del enchufe masivo de 104 personas por José Luis Baltar, el cacique del PP, en la Diputación de Ourense, o el caso del Tribunal de Cuentas donde un licenciado en Económicas no aprobó una oposición para subalterno, equiparable a mozo o bedel, y poco después el mismo opositor aprobó y sacó la segunda mejor nota de toda España en otras oposiciones para técnico de Hacienda.
Conviene resaltar que no es casualidad que las seis comunidades autónomas que han experimentado el mayor auge de la construcción y del inmobiliario son también las que han generado muchos casos de corrupción. De los 1,661 sumarios (hasta el verano), 656 provienen de Andalucía, 280 de la Comunidad Valenciana, 215 de Cataluña, 197 de Canarias, 181 de Madrid y 110 de Galicia. Baleares es la que tiene un mayor número de políticos en prisión.
La crisis ha puesto al descubierto una sociedad demasiado pasiva, hasta en asuntos aparentemente de poca importancia. Mi amigo Antonio Muñoz Molina dedica unas páginas en su ensayo “Todo lo que era sólido” a las fiestas de todo tipo y escribió: “Si hay algo en España de lo que no se puede disentir es del totalitarismo de la fiesta, en el que se confunden con entusiasmo idéntico la izquierda y la derecha”. En septiembre de 2011 escribí una columna proponiendo que se prohibieran todas las fiestas hasta que las cuentas públicas estén saneadas, o introduciría una ley que solo permita las fiestas si son totalmente financiadas por los habitantes de la localidad. Como podéis imaginar, el artículo no me hizo muy popular. En las fiestas de mayo en mi pueblito tenemos fuegos artificiales en el campo de fútbol, y tengo fama en mi familia de ser un aguafiestas y lamentar en voz alta durante el espectáculo el dinero que se está quemando y pedir que se destine a algo más útil como la escuela pública del pueblo.
La falta de progreso en la llamada “regeneración democrática” ha sido decepcionante. El debate político se ha reducido a “y tú más”. Es triste comprobar que algunas de las cosas que decían los regeneracionistas de hace más de un siglo, tienen validez hoy. Como el aviso de Ortega y Gasset en su conferencia “Vieja y nueva política”, en 1914, de que “las nuevas generaciones advierten que son extrañas totalmente a los principios, a los usos, a las ideas y hasta al vocabulario de los que hoy rigen los organismos oficiales de la vida española”. De nuevo.
España ha tenido desde la muerte de Franco uno de los gobiernos menos transparentes en el mundo desarrollado. La primera Ley de Transparencia, bastante descafeinada si la comparamos con leyes de transparencia en otros países, entra en vigor en diciembre, casi 40 años después de la muerte del generalísimo, pero solo al nivel del estado, y 12 meses más tarde al nivel de las comunidades y municipios, que es donde está la gran masa de casos de corrupción.
Además, el Partido Popular y el PSOE han acordado que haya un mayor control en el Congreso de los viajes de los diputados, en respuesta a la presión popular, pero dejaron esa responsabilidad en manos de los propios partidos, sin tener que revelar o rendir cuantas por cada desplazamiento. Solo se tendrá que publicar cada tres meses el importe global de los viajes. ¡Vaya cambio más radical!
Hace falta una reforma política, en concreto de la ley electoral y la ley de partidos, en particular el sistema de listas cerradas y bloqueadas que da tanto poder al aparato de los partidos a expensas de la rendición de cuentas a los ciudadanos, y que hace políticos egoístas más interesados en sus propios beneficios. El Senado sirve para muy poco, el Tribunal de Cuentas es una farsa y el Consejo General de Poder Judicial un nido de intereses políticos. No existe ningún organismo regulador o fiscalizador que se puede llamar verdaderamente independiente. Además, el descrédito y el deterioro de la función pública favorecen el ejercicio de la arbitrariedad política y las decisiones corruptas.
Llama la atención, por ejemplo, la decisión del Gobierno de Zapatero en 2010 de cobrar, en vez de castigar, a los 659 grandes defraudadores de la lista Falciani. En vez de abrirles una inspección fiscal – el proceso habitual al encontrarse pruebas de fraude – se decidió dar un plazo para que pagaran sus deudas. El resultado es que gran parte de los defraudadores fueron automáticamente absueltos tras regularizar su situación. ¡Vaya mensaje emitido a los contribuyentes honestos!
No sorprende el auge en Podemos que según la última encuesta de Metroscopia ganaría las elecciones si fueran convocadas hoy. A diferencia de mi país, Francia, Holanda y algunos otros países, la crisis en España no ha producido un auge en partidos de extrema derecha o anti inmigrantes. El descontento se está canalizando hacia un movimiento radical, populista y antisistema, pero, como bien dijo Elvira Lindo en una columna este mes, “tanto que han hablado los señores diputados de peligroso acecho de los antisistema, tanto que han querido blindar plazas y avenidas para disolverlos, tanto que han alertado en sus tertulias contra el perroflautismo y ha resultado ser ellos los que cucamente y con el nudo de la corbata bien ajustado socavaban el sistema desde dentro, vulnerando las instituciones que debían proteger al ciudadano del mangoneo y saltándose la legalidad que decían defender.”
Gran parte de quienes se dicen posibles futuros votantes de Podemos reconocen que no lo son tanto por identificación real con lo que esta formación representa como por enfado con el partido por el que habitualmente votan. Podemos ha logrado erigirse en portavoz de la ira popular, y es percibido por la mayoría de los españoles como el único partido en el que se pueda confiar. Mi esperanza es irreal: que gane Podemos pero que no gobierne porque me temo que sus recetas serían un desastre para España. Espero que Podemos sirve para una profunda sacudida de toda la clase política.
Me extraña y me alegro, que no haya un partido anti inmigrante como el UKIP en mi país que está ganando fuerza. Es un mérito que subraya la tolerancia admirable de los españoles. No olvidemos que la población extranjera en España ha crecido más fuertemente que en cualquier otro país en los últimos 20 años. Cuando yo llegué a España en 1974 fui uno de unos 165.000 de extranjeros; hoy soy uno de los 6 millones, incluyendo a naturalizados españoles.
Por cierto, en contra de lo que parecen sugerir numerosos reportajes en los medios de comunicación, la emigración española actual no representa un éxodo masivo. La realidad es que la sociedad española ha sido, hasta recientemente, excepcionalmente inmóvil durante las últimas tres décadas. Esta situación, sin embargo, esta cambiando. Mi hijo mayor de 33 años trabaja en Londres y su hermano de 32 años en Berlín; ambos salieron mucho antes de la crisis, pero los ingleses estamos acostumbrados a trabajar en otros países. Quienes están emigrando son los inmigrantes regresando a sus países de origen, en particular Latinoamericanos.
Hasta la monarquía en España ha sido afectado por la crisis, a diferencia de la mía. Nunca lo sabemos pero creo que sin la crisis, Juan Carlos no hubiera abdicado. Cuando entrevisté al Rey en 1977, Juan Carlos, llamado por los comunistas durante el régimen franquista “Juan Carlos el Tonto,” o “Juan Carlos el Breve”, apreciaba, divertido, un chiste que se contaba a su costa: “¿Por qué le coronaron en un submarino?” “Porque en el fondo no era tan tonto”. Ha sido un rey sabio, incluso con su abdicación, aunque a veces ingenuo.
Con respecto al campo social, el impacto de la crisis ha sido fuerte. España ha incrementado su desigualdad, medida por el coeficiente de Gini armonizado de la renta disponible de hogares equivalentes de la Unión Europea, desde 0,313 en 2006 a 0,344 en 2010 y a 0,350 en 2012. Dicho coeficiente mide la desigualdad en la distribución de la renta, que abarca desde 0, en que todas las personas tienen la misma renta disponible, a 1, en que una sola persona detenta toda la renta disponible. España es hoy el segundo país más desigual de la Unión Europea.
La tasa de pobreza infantil ha subido mucho, de 28% en 2008 a 36% en 2012 (ultimo año para datos comparables de 41 países). Este incremento en la tasa de 8 puntos es el sexto más alto de los 41 países en la última clasificación de la UNICEF, publicado el mes pasado.
Con tanto desempleo y decepción con sus instituciones y políticos, ¿por qué no se hunde España? Esto se debe, en palabras de Víctor Pérez-Díaz, escritas (fíjense) hace 20 años y aún valido, “a la curiosa alternancia de muchas gentes, sobre todo jóvenes, entre cuatro estaciones: la ocupación en un puesto de trabajo en precario; la ocupación en la economía sumergida; el paro de condición de recibir subsidio de un tipo u otro, en circunstancias que permiten a la gente formular su experiencia como la de ’trabajar en paro’; y el aterrizaje en un puesto estable; a falta de todo lo cual, queda el individuo en el centro de la escena, en condición de paro propiamente dicho, puro y duro, viendo a los otros correr de una esquina a la otra.” Víctor lo comparó con el juego de niños de las cuatro esquinas.
También se debe, a gran diferencia de mi país, a la fuerza y apoyo, aunque debilitada, de la familia española y las redes de la familia ampliadas, particularmente los abuelos. Si mañana los abuelos hicieran una huelga de brazos caídos, este país se paralizaría. Gracias a ellos muchas mujeres (más que hombres) han podido incorporarse al mercado laboral, sin tener que gastar dinero en el cuidado de sus hijos, y en casos no tan extremos los padres o otro miembro de la familia apoyan económicamente a los hijos cuando están en el paro.
Es algo que he vivido en la calle donde vivo en Madrid. Cuando la hija de mis vecinos regresó a su trabajo después de su baja de maternidad, sus padres cuidaron a su nieto desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde, los cinco días de la semana y hasta los fines de semana. Cuando nació el niño, sus padres fueron a vivir con mis vecinos varios meses aunque su propia casa está solo a unos 500 metros. En la casa de los abuelos tenían todo tan bien organizado, como en un hotel, que no me hubiera sorprendido si se hubieran decidido a vender su piso para quedarse allí para siempre. Esto es impensable en mi país. No por nada, España tiene un día dedicado a los abuelos, el 26 de Julio.
Estoy convencido después de vivir la mitad de mi vida en España que sin estas redes, el país habría colapsado. Una crisis de la magnitud española en mi país, donde tenemos fama de cuidar nuestros animales domesticados mejor que los miembros de la familia en apuros o los ancianos, hubiera producido conflictos sociales mucho más graves que aquí. ¿Cuál es el conflicto más grave que ha pasado en España en los últimos años? ¿El movimiento bastante pacífico de los indignados? Y, a su vez, en una España en crisis, las redes familiares al estilo británico habrían producido una revolución.
A pesar de tanta corrupción y desempleo, la imagen de España dentro y fuera de España no corresponde siempre con la realidad. Hace poco, el Real Instituto Elcano –real porque el Rey Felipe es nuestro presidente de honor – publicó un estudio basado en preguntas que demuestra que en algunos atributos hay una brecha importante entre la percepción de España (su imagen) y la realidad. Me gustaría citar algunos atributos, y así no dejarles con la impresión de que soy todo negativo. Me considero a mí mismo realista. Y, a pesar de mis críticas, no pienso irme de España, y mucho menos regresar a mi propio país.
Entre los atributos están:
• Innovación Tecnológica. España ocupa el puesto nº 18 en el ranking mundial de registro de patentes. Cinco puntos por encima de su posición en el ranking de imagen como “país innovador”.
• Número de marcas comerciales/empresariales de prestigio. España ocupa el puesto nº 10 en el ranking mundial de países en función del número de marcas de prestigio que poseen. Nueve puntos por encima de su posición en el ranking de imagen como “país con marcas de prestigio”.
• Exportación. España ocupa el puesto nº 12 en el ranking mundial de países exportadores. Siete puntos por encima de su puesto en el ranking de imagen como “país recomendable para comprar sus productos o servicios”.
• Atracción de inversión extranjera directa. España ocupa el puesto nº 11 en el ranking mundial de países exportadores. Nueve puntos por encima de su puesto en el ranking de imagen como “país recomendable para invertir”.
• Seguridad. España es el 6º país más seguro del mundo (en relación al número de asesinatos) y el 4º de la Unión Europea (para todo tipo de delitos). Nueve puntos por encima de su puesto en el ranking de imagen como “país seguro”.
• Atracción de inmigración. Pese a la crisis económica, España es el 8º país del mundo que más inmigración neta ha atraído en el periodo 2007-2012. Tres puntos por encima de su puesto en el ranking de imagen como “país recomendable para vivir”.
En cuanto al mito de la famosa siesta, según la OECD los españoles trabajaron un promedio de 1.665 horas en 2013, 327 más que los alemanes. A diferencia de los estereotipos, parece que los alemanes son más perezosos que los españoles. Ahora bien, ¿la productividad por hora trabajada en España es la misma que en Alemania?
Muchas gracias por su atención y paciencia y por permitirme predicar, y espero no en el desierto.