Querido Arturo,
Antes de nada te pido disculpas por hablar con acento guiri.
Pasé los primeros seis años de mi vida y los últimos seis de tu vida viviendo (entre 1951 y 1957) en un pueblo del condado de Oxford. Nunca imaginé que me encontraba tan cerca de tu hogar en Faringdon, aunque eso lo descubrí después. Falleciste en 1957 a los 60 años, tras 18 años de exilio, casi la mitad de su vida adulta. ¡Ojalá hubieras tenido una vida más larga! Te fuiste sin ver la publicación en España en 1977, dos años después de la muerte de Franco, de La forja de un rebelde, tu trilogía
autobiográfica, más de 30 años después de su aparición en inglés, traducida por tu mujer, la austríaca Ilsa, como casi todos tus obras,
Descubrí tu existencia en la serie de Mario Camus, La forja de un rebelde, y a partir de ahí nunca nos hemos separado. He llegado a conocerte mejor a través de los homenajes que hemos organizado, restaurando tu lápida conmemorativa, colocando una placa sobre la fachada de The Volunteer, tu pub favorito, ambos en Faringdon, y hemos logrado que se le diera tu nombre a una plaza en Madrid. Espero que algún día el Ayuntamiento de Madrid instale una inscripción en tu memoria en la fachada de lo que fueron las Escuelas Pías también en Lavapiés (hoy día una magnífica biblioteca de la UNED), donde estudiaste hasta los 13 años y cuya quema en 1936 presenciaste.
Has tenido más suerte con estos gestos que tu compatriota Manuel Chaves Nogales, también exiliado en Inglaterra, que murió en 1944. Está enterrado en el cementerio de East Sheen y no hay nada que indique que allí reposan sus restos.
Te gustaba cocinar recetas españolas, quizá porque te recordaban a tu patria. La nostalgia suele empezar por el estómago. Al contrario que un amigo tuyo, un conocido mío que murió este año, yo no hubiera rechazado los calamares en su tinta que preparaste cuando le convidaste a comer por primera vez, porque no le agradaba la pinta que tenían.
Me da pena decirte que la BBC no conserva ninguna de tus 856 charlas semanales para la sección de América Latina del Servicio Mundial, bajo el seudónimo de Juan de Castilla, con el que quisiste proteger a tu familia en España. Se supone que las grabaciones fueron destruidas por razones de espacio.
Pero sí tenemos en la exposición tu entrevista en 1956 para Radio Cordoba en Argentina, durante tu gira de dos meses por varios países de América del Sur. Es la única grabación que existe de tu voz. Me la prestó Enriqueta, la hija de tu hermana Concha, que no pude estar hoy con nosotros. Si está con nosotros Luis, el hijo de tu hermano Miguel, que fue detenido después de acabada la Guerra Civil, acusado de «auxilio a la rebelión», juzgado y condenado a veinte años y un día. Murió en la cárcel de Ocaña en octubre de 1941.
Te alegraría saber que la edición en España de La forja de un rebelde no ha sido descatalogada y que tus Cuentos Completos están en su quinta edición en bolsillo.
También tenemos en la exposición tu primer libro Valor y miedo, publicado en Barcelona después de tu partida hacia el exilio en febrero de 1938. Fue el último libro que vio la luz en la ciudad condal, antes de la entrada de las tropas nacionales.
En cambio, tu libro pionero sobre Lorca, publicado en Argentina en 1956 por Losada, una editorial fundada por exiliados, nunca ha sido publicado en España. Por fortuna, el Instituto Cervantes lo ha rescatado y será publicado el año próximo. Este librito influyó decisivamente en la pasión de mi amigo Ian Gibson por el poeta, quien me dijo que si no hubiese caído en sus manos quizás no se hubiera embarcado en la aventura de ser biógrafo del poeta.
Nunca regresaste a España y nunca viste a ninguno de tus cuatros hijos de tu primer matrimonio frustrado. Todos emigraron a Brasil. El mes pasado descubrí que tu hijo menor, Enrique, nacido en 1935, aún vive en este país. Tu exilio empezó en 1938 cuando Enrique tenía tres años. No sabe absolutamente nada de ti: le he mandado mi ensayo que está en el catálogo y unas fotos.
Lo que sí volvió a España fue tu Underwood, la voluminosa máquina de escribir con teclado inglés que forma parte de esta exposición. Cuando falleciste, Ilsa se la regaló a tu dentista, un buen amigo tuyo, y posteriormente cayó en manos de una amiga de la hija de éste, que lo trajo consigo cuando vino a vivir a España. Luego pasó a otros manos.
He visto alguno de tus originales escritos en esta máquina, en Londres, en casa de tu sobrina austriaca Uli, amiga mía que vivió contigo y con Ilsa en tus últimos años. ¡Qué tarea más laboriosa debió de ser para ti marcar a mano todos los acentos!
Me imagino que te alegraría saber que Uli ha donado tu archivo a la Biblioteca Bodleiana en Oxford, pues en Inglaterra encontraste la tranquilidad de escribir después de ser testigo de tantos sufrimientos y horrores.
Hemos hecho justicia en la exposición a Ilsa, una lingüista extraordinaria, quien te proporcionó estabilidad, inspiración, e incluso los medios gracias a los cuales pudiste escribir. Tras tu muerte, Ilsa publicó un estudio erudito sobre Viena, su ciudad natal.
Una de las pocas cosas que se llevó cuando regresó a Viena fue el manuscrito de La forja de un rebelde; pero cuando murió en 1973 lo tiraron a la basura: parece que nadie en su familia fue consciente de su importancia. ¡Menudo desastre!
Con afecto,
un ferviente admirador