Irlanda y España tienen algo en común y no es el clima, aunque la cantidad de lluvia en España este año ha tenido proporciones celtas. Ambos países tienen tremendas burbujas inmobiliarias, resultado de la construcción de demasiadas casas por promotores rapaces, financiadas por préstamos demasiado fáciles de conseguir, y de clases políticas encantadas en mantener sus respectivos auges económicos de manera artificial. La corrupción ha florecido en ambos países.
No es casualidad que la caída en los precios de la vivienda en ambos países en 2009 sea la más fuerte de Europa (-12,4% en Irlanda y -7,4% en España, según el índice del Financial Times, entre el tercer trimestre del 2008 y el mismo periodo del 2009). El PIB de Irlanda contrajo el 5% en 2009 y el de España el 3,1%. El déficit público en Irlanda alcanzó el 12% del PIB el año pasado, un pelín más que España y cuatro veces el supuesto tope para los países del euro.
El parecido, sin embargo, no va más allá. La gran diferencia en el campo económico entre los dos países es que España no ha sufrido un crisis bancaria, que es tan profunda en Irlanda, a raíz de prácticas bancarias chapuceras, ante las que el Gobierno no ha tenido más remedio que crear un llamado “mal banco” (el National Asset Management Agency, la Agencia Nacional para la Gestión de Activos) para recibir los muchos activos tóxicos de los bancos comerciales. El Anglo Irish Bank, el tercero más grande, fue nacionalizado en enero.
Lo que realmente llama la atención en este breve comparación de los dos países es que Irlanda está abordando sus problemas mucho más rápida y eficientemente que España. Por ser un país pequeñito, es más vulnerable y fácil para corregir sus errores, pero, aun así, su pronta reacción es impresionante. Durante los años 90 Irlanda gano el apodo de Tigre Celta por su crecimiento acelerado (su PIB per capita aumento del 114% del promedio de la Zona Euro en 1997 al 143% en 2008 y lo de España en el mismo periodo del 93% al 102%). Suponía una analogía con el apodo los Tigres Asiáticos que se aplicaba a Corea del Sur, Singapur, Taiwán y otros países de Asia Oriental. Hoy, Irlanda es un tigre herido y, como el animal, está luchando para sobrevivir. España parece como un caracol que a paso lentísimo empieza — muy tarde — a reaccionar.
Mientras Irlanda ha reducido los sueldos de sus funcionarios (en un 5% de los que ganan unos 30.000 euros al año y en un 15% de los que ganan más que 200.000 euros), España no ha hecho nada en este campo a nivel nacional o regional, por temor a las huelgas. Mientras Irlanda ha recortado el gasto en asistencia social, José Luis Rodríguez Zapatero insiste en no tocarlo. Irlanda también ha introducido un impuesto al carbono. Pero ha mantenido muy bajo el impuesto corporativo — que ha traído mucha inversión extranjera en los últimos años — en el 12,5%. Es mucho más probable que el déficit público de Irlanda cumpla con el techo del 3% del PIB que el de España.
La economía irlandesa ya empieza a recuperarse y recobra competitividad, y el diferencial de los bonos irlandeses con el bund alemán es mucho más bajo que el de Grecia (un caso perdido) pero más alto que el de España (+1,42 y 0,77, respectivamente). Y hay un debate informado y un consenso político sobre lo que falta por hacer, a diferencia de España donde los temas de gran actualidad son la corrupción en el Partido Popular y el enjuiciamiento contra Baltasar Garzón y no la crisis en el sistema educativo y la necesidad de cambiar un modelo económico basado en ladrillo (mucho más que Irlanda), entre otros problemas urgentes.
Irlanda tiene una economía moderna, basada en exportaciones de alimentos procesados y frescos, servicios de información tecnológica y software, farmacéuticas y equipo médico, y una fuerza laboral bien preparada. Su tasa del abandono escolar (proporción de la población entre 18 y 24 años que tienen como máximo la educación obligatoria y no siguen en formación) era del 11,3% en 2008 (último año disponible) en comparación con el 32% de España, y mientras la de Irlanda bajó la de España incrementó.
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