Mis compatriotas van a las urnas el 6 de mayo y cualquier opción está abierta. El partido laborista de Gordon Brown lleva 13 años en el poder y está gastado; hay poco entusiasmo para los conservadores de David Cameron quienes no han podido capitalizar el descontento sobre los laboristas y ofrecer medidas convincentes para levantar una economía muy enferma, y los liberales-demócratas de Nick Clegg están en ascenso pero el peculiar sistema electoral británico, con circunscripciones de un escaño que se atribuye el candidato más votado aunque no logre la mayoría de los votos (conocido como first past the post), no los favorece. Consecuentemente, según las encuestas, ningún partido logrará una mayoría absoluta y se refuerza la posibilidad de un Gobierno de coalición en un país donde no hay tradición de gobiernos de este tipo entre laboristas y liberales o un ejecutivo conservador minoritario.
El nerviosismo de los conservadores, ansiosos por regresar al poder (gobernaron el país entre 1979, con la victoria de Margaret Thatcher, y 1997 con la derrota de John Major) se refleja en una sucia campaña mediática en contra de Clegg en la prensa de derecha, después de brillar en el primer debate televisado en la historia de las elecciones británicas. Lo ganó, sin discusión y esto provocó un inmediato aumento de sus expectativas de voto en los sondeos. Clegg, muy hábilmente, ha aprovechado del descontento de los votantes con los laboristas y los conservadores (ambos mucho más tocados por el escándalo de los gastos parlamentarios que los liberales) y del desprestigio de la clase política, en general, y se ha hecho líder del partido antipolítico y del cambio en el estatus quo. Ha logrado que los laboristas y los conservadores (aún bajo la sombra de Thatcher) parezcan como los partidos de ayer y su partido el del mañana. Pero Clegg (casado con una española) tiene muy difícil conseguir la mayoría absoluta porque el sistema electoral beneficia a los dos partidos grandes.
Los Tories han intentado asustar a los votantes con argumentos del tipo que la falta de una mayoría absoluta — para ellos, naturalmente — y un gobierno de coalición sería un desastre para el país. Cameron dijo que esto generaría “incertidumbre, tipos de interés potencialmente más altos y la perspectiva de una bajada en la clasificación del crédito del Reino Unido.” Como bien dijo Chris Huhne, un destacado miembro de los liberales-demócratas, esta afirmación es una tontería porque de los 14 países que disfrutan de la clasificación máxima (AAA) por los tres agencias de rating
más conocidos (Fitch, Moody’s y Standard & Poor’s) nada menos que 10 tienen gobiernos de coalición o gobiernos minoritarios incluyendo Alemania, Canadá, Suecia, Dinamarca, Finlandia y Holanda, y ninguno de ellos ha necesitado la ayuda del Fondo Monetario Internacional.
Lo que esta pasando en el Reino Unido tiene resonancia en España. Rosa Díez, diputada nacional y portavoz de UPyD, es lo más parecido a Clegg. Representa una tercera vía entre el Partido Popular y los Socialistas, y también está luchando para cambiar el sistema electoral. Según su criterio, el sistema electoral es de una profunda inequidad en beneficio de los dos grandes partidos y en perjuicio de las minorías nacionales. El tamaño de los distritos y la asignación de un mínimo de representación (dos escaños) a todas las provincias, dan lugar a llamativas diferencias de coste entre escaños muy “baratos” (por ejemplo, el PSOE obtiene el segundo escaño de Teruel con un cociente electoral de 19.308 votos) y otros “caros” (el único escaño de Izquierda Unida por Madrid le “cuesta” 164.565 votos). En cambio, este sistema ha permitido la formación de gobiernos estables desde 1977 (10 elecciones generales) y todos han podido acabar sus mandatos salvo en 1982 (implosión de UCD) y en 1996 (crisis económica y corrupción en el PSOE).
Ningún sistema electoral es perfecto y completamente justo. El español es mucho más justo que el británico. El Partido Laborista tuvo en el último Parlamento el 55% de los escaños con el 35% de los votos.
El problema en España es que la provincia sea el distrito electoral (sus poblaciones varían mucho). ¿Vale la pena cambiarlo? Como bien dice José Ignacio Wert, experto en temas electorales, “bastantes querellas interterritoriales tenemos ya como para inventarnos una nueva.” Y, encima, dificultaría la formación de gobiernos estables.
El sistema electoral en España, o algún otro sistema proporcional, sería sano para el Reino Unido y mejoraría mucho las posibilidades de victoria para los liberales- demócratas. Menos seguro sería el impacto positivo del sistema electoral británico en un país tan polarizado como España.
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