España, SÍ es diferente

Para Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo, de vuelta a Madrid desde EE UU

La revista The Economist afirmaba en 1999 que a finales del siglo XX España podía considerarse finalmente un país europeo bastante normal (a fairly normal European country) y por ende aburrido. En otras palabras, España había dejado de ser “diferente” — el eslogan turístico de los años 60 que, por cierto, tuvo mucho éxito en atraer turistas y generar ingresos que fueron dedicados al desarrollo económico aunque perpetuó el mito de la España tópica y al ser diferente justificó la dictadura franquista. En la última década, sin embargo, España ha dado pasos atrás que hacen el país bastante sui generis.

Veámoslo por temas. Primero, la justicia. No conozco ningún otro país europeo donde los jueces en casos de alto perfil, como por ejemplo los que están en contra de Baltasar Garzón o del Gürtel, estén identificados en la prensa como “conservadores”/Opus Dei o “progresistas”, con la implicación de que esto vaya a influenciar en sus decisiones. Los primeros suelen ser miembros de la Asociación Profesional de la Magistratura y los demás de Jueces para la Democracia. Ya es hora de tener una sola asociación profesional de jueces.

El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) es un órgano de carácter político-administrativo que ha sido lastrado por la política durante sus 30 años de existencia. Tiene un presidente y 20 vocales, 12 de ellos elegidos entre jueces y magistrados de todas las categorías y ocho entre juristas de reconocido prestigio, designados por el Congreso y el Senado por una mayoría de tres quintos de sus miembros (el perverso sistema de cuotas: tantos vocales para mí, tantos para ti). Su funcionamiento interno responde a la regla de la mayoría. Para los asuntos de mayor importancia, como los nombramientos de los magistrados del Tribunal Supremo y de los presidentes de los Tribunales Superiores de Justicia, esa mayoría debe alcanzar los tres quintos de los vocales, y los ocho vocales son fieles a los intereses del partido que los han nombrado.

Ya se ve el impacto de esta politización: el Tribunal Constitucional lleva cuatro años sin resolver el tema espinoso de la constitucionalidad del Estatuto catalán y más de dos años sin renovarse (cuatro jueces tienen su mandato caducado desde diciembre de 2007 siguen en el tribunal) porque el PSOE y el PP no se ponen de acuerdo.

Segundo, la educación. ¿Hay algún otro país europeo que haya generado tanta riqueza en 30 años y cuyo sistema de educación se haya deteriorado tanto, con casi uno de cada tres individuos de entre 18 y 24 años que tienen como máximo la educación obligatoria y no siguen en formación; con malos resultados de lectura, matemáticas y conocimiento científico en los informes PISA; con ninguna universidad situada entre las 150 mejores del mundo y un gasto en I+D muy por debajo de la media de los 27 miembros de la UE? ¿Cómo se va a pasar de una economía excesivamente basada en el ladrillo a una basada más en el conocimiento (un mantra que el Gobierno no cesa en repetir)? Hace falta más inversión en capital humano y menos en infraestructura. Llama la atención la cantidad de carreteras nuevas y vacías: según José Blanco, Ministro de Fomento, casi ningún político pide más becas para su territorio, sino más autovías. Esto me recuerda la semi broma, “Si cree que la educación es cara, mire el coste de la ignorancia.”

Tercero, en este breve recorrido, la clase política. España es el único país europeo donde tanto el Presidente del Gobierno y el líder del principal partido de la oposición inspiran tan poca confianza. Según una encuesta de Metroscopia publicada este mes, nada menos que el 77% de los encuestados tienen poca o ninguna confianza en José Luis Rodríguez Zapatero y el 82% en Mariano Rajoy. Los políticos son parte del problema, no de la solución; hay una profunda desconexión con la ciudadanía.

Cuarto, una estúpida ley antitabaco. Los turcos (desde julio de 2008), los italianos (desde enero de 2005) y los irlandeses (desde marzo de 2004) no pueden fumar en cafés, bares y restaurantes, pero los españoles sí porque la ley que entró en vigor en 2006 permite a los dueños de estos establecimientos con menos de 100 metros cuadrados elegir entre permitir fumar o prohibirlo. Y casi todos optaron permitir fumar. El resultado es que el año pasado el porcentaje de españoles que fumaban (35%) era más alto que hace tres años (34%), según datos del último Eurobarómetro, mientras que en la Unión Europea la tasa ha bajado del 32% al 29%. Ojala que la nueva ley corrige esta absurda situación.

Por último, no sorprende que los clichés sobre España aún persistan cuando la prensa pone en sus portadas fotos como las del torero Julio Aparicio a quien un toro le asestó en Las Ventas (Madrid) una cornada en la barbilla que le atravesó la boca.

Por si algún lector piensa que no me gusta España, después de vivir aquí desde 1986 y entre 1974 y 1978, nada podría estar más lejos de la verdad. El país sigue fascinándome y no me aburre en absoluto.

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