España debe cambiar ladrillo por educación

Una proporción demasiado alta de la economía española en los últimos 30 años tiene que ver, literalmente, con la arena. En su punto máximo en 2006 los sectores de vivienda y de turismo generaron cerca del 25% del PIB.

España necesita una economía basada mucho más en exportaciones e inversión directa en el extranjero. Esto haría la economía más competitiva y productiva y crearía empleo estable en un país cuya tasa de desempleo es del 20%.

El colapso espectacular del sector de la construcción (hoy este sector emplea un millón de personas menos que en 2008 y hay un millón de casas sin vender) evidenció de manera brutal la vulnerabilidad de una economía desequilibrada basada excesivamente en el ladrillo y el mortero.

La construcción y sus actividades anexas en la industria y los servicios generaron miles de puestos de trabajos (muchos cayeron en manos de inmigrantes), pero contribuyeron poco al valor añadido del país debido a su baja productividad.

La crisis económica en España es casi exclusivamente casera.

Durante más de una década la clase política fomentó alegremente el crecimiento extraordinario del sector inmobiliario sin pensar en la burbuja que estaba creando ni en lo que pasaría una vez la burbuja estallara.

El boom inmobiliario empezó con el Gobierno del Partido Popular (1996-2004) y se intensifico bajo el mandato de los socialistas, quienes no cumplieron su promesa de eliminar deducciones de impuestos para la compra de casas, aunque hayan cambiado —con retraso — recientemente de idea otra vez.

El número de viviendas iniciadas en 2006 (865.561) era más que el conjunto de las comenzadas en Francia, Alemania, el Reino Unido y Italia a la vez.

El crecimiento explosivo el sector inmobiliario tuvo un enorme impacto sobre el resto de la economía y produjo un florecimiento de la corrupción, particularmente a raíz de la recalificación de terrenos por los ayuntamientos. Más de la mitad del incremento de los ingresos fiscales entre 1995 y 2007 se debió a este sector.

Para muchos analistas, el boom inmobiliario era, siguiendo el titulo de una novela de Gabriel García Márquez, la crónica de una muerte anunciada. La única incógnita era descubrir cuándo iba a estallar; las restricciones crediticias internacionales provocaron su derrumbe.

Hay otro camino a la prosperidad vía la expansión internacional de empresas.

España tiene un núcleo duro de multinacionales, tales como el Grupo Santander, Telefónica e Iberdrola, y también hay unas cuantas empresas medianas de éxito que han invertido en el extranjero. Gracias a su diversificación, estas empresas han podido resistir la brusca caída de actividad en su mercado domestico.

El stock de inversión directa española en el extranjero fue de 602.000 millones de dólares a finales de 2008 (último año disponible), que representaba el 37,5% del PIB, en comparación con los 517.000 millones de Italia (22,2% del PIB).

En términos del PIB, el stock de España se había multiplicado por 12 desde 1990. El grueso de esta inversión está en la Unión Europea y América Latina, más y más en Estados Unidos y muy poca en Asia, a pesar de su importancia creciente en la economía global. En consecuencia, hay amplio margen para más inversión.

El sector exportador, sin embargo, es deslucido. Entre 1988 y 2009, la contribución de la demanda externa al crecimiento económico de España fue positiva en solo seis años, dos de los cuales fueron años de recesión (1993 y 2009) cuando las empresas no tuvieron más remedio que vender sus productos en el extranjero para mitigar la contracción de su mercado domestico.

En años “normales”, la demanda interna boyante atrae importaciones y junto con el nivel tradicionalmente bajo de exportaciones de bienes y servicios (alrededor del 25% del PIB) genera un significativo déficit comercial (7,9% del PIB en 2008) e intensifica el déficit en la cuenta corriente (9,5% en 2008).

Otro indicador de la baja capacidad exportadora son las exportaciones en términos per cápita: 5,355 dólares por persona en 2007, frente a los 16,175 dólares de Alemania y los 8.330 de Italia, según los últimos datos comparados del Banco Mundial.

La piedra angular de una economía más basada en el conocimiento que en el ladrillo y el mortero es la educación.

Cuando casi uno de cada tres individuos de entre 18 y 24 años tienen como máximo la educación obligatoria y no siguen en formación (el doble del promedio de la UE); con malos resultados de lectura, matemáticas y conocimiento científico en los informes PISA; con ninguna universidad situada entre las 150 mejores del mundo (hasta el 35% de universitarios abandonan sus estudios y solo un tercio lo terminan en el tiempo debido) y un gasto en I+D de 1,35% del PIB, muy por debajo de la media de las economías más avanzadas, es preciso realizar un esfuerzo hercúleo en la educación. No resulta, pues, sorprendente, que los productos españoles de alta tecnología solo representen el 5% de las exportaciones manufactureras.

Hace falta una década antes de notar los efectos positivos de una mejora de la educación, y ni siquiera se ha iniciado gracias a la crispación política.

Otro obstáculo para el sector exportador es la imagen internacional de España que no corresponde con la realidad del país. La visión de España aún esta predominantemente fraguada por los estereotipos (fiestas y corridas de toros). Esto afecta a la percepción de los consumidores sobre la calidad de los productos españoles. Solo una empresa española, Zara, está entre las 100 mejores marcas en el ranking de Interbrand.

Los ajustes fiscales son necesarios para reducir la excesiva dependencia de la economía española en el sector de la construcción, pero no son suficientes. Hacen falta reformas estructurales profundas para crear una fuerte economía basada más en exportaciones.
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