Injusticia electoral

¿Cuál es el sistema electoral más justo y eficaz en una democracia para elegir los parlamentarios y, por ende, un gobierno?. La repuesta es ninguno porque, como explica detalladamente George Szpiro en su nuevo y ameno libro, Numbers Rule: the Vexing Mathematics of Democracy, from Plato to the Present (“Mandan los números: las molestas matemáticas de la Democracia, de platón a la actualidad”, publicado por Princeton University Press) todos los sistemas tienen sus paradojas, faltas de coherencia y manipulaciones. El único sistema que no los tiene es una dictadura. Como dijo Winston Churchill, “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos.”

El sistema electoral británico -con circunscripciones de un escaño que se otorgan al candidato más votado aunque no logre la mayoría de los votos- no es ni mucho menos de los más justos, aunque ha cumplido con su misión de producir gobiernos fuertes de un solo partido con mandatos claros. Pero en mayo de este año se ha dado un vuelco a la situación produciéndose la primera coalición (conservadores y liberales-demócratas) desde los años de la Segunda Guerra Mundial (cuando se constituyó un gobierno de concentración nacional).

En 1997, cuando Tony Blair puso fin a 18 años de poder de los conservadores, los laboristas ganaron 418 de los 650 escaños con el 43,2% del voto popular. Este mayo David Cameron puso fin a 13 años de gobierno laboristas con 306 escaños (el 36,1% del voto), quedándose a 20 escaños de la mayoría absoluta. Los liberales necesitaron una media de casi 120.000 votos por escaño en comparación con los 35.000 votos de los conservadores y los 33.350 de los laboristas. El sistema conocido en ingles como first-past-the-post beneficia a los dos grandes partidos (la mayoría de los candidatos en las circunscripciones son elegidos con menos del 50% de los votos). No sorprende que el “precio” de los liberales para formar gobierno con Cameron sea un referéndum en 2011 sobre un nuevo sistema electoral basado más en los resultados de todos los partidos y menos en la mayoría simple de un partido. No es del todo seguro, sin embargo, que mis compatriotas voten a favor de un nuevo sistema.

Hay argumentos en contra del sistema electoral español, aunque es un sistema proporcional (el D’Hondt ). Este método consiste básicamente en ordenar de mayor a menor los votos obtenidos. Luego se van haciendo sucesivas divisiones entre 1 y el número de escaños de cada circunscripción territorial, para ir asignando los escaños de forma proporcional a los votos.

Este sistema cumplió con las necesidades de la transición a la democracia —promover un bipartidismo fuerte y evitar la excesiva atomización de fuerzas políticas en el Parlamento- y ha dado a España gobiernos estables, no sólo los mayoritarios, sino también los minoritarios. Pero, al pasar los años, ha consolidado algunas injusticias.
Por ejemplo, un escaño en las Cortes en las últimas elecciones generales costó a los Socialistas 66.801 votos; al Partido Popular 66.740 votos; a Izquierda Unida 484.973 y a Unión Progreso y Democracia 306.079. Las provincias pequeñas están sobre representadas: en 2008, Soria con un electorado de 78.531 votantes eligió dos miembros del Congreso (uno por cada 39.265 votantes) mientras Madrid con 4,458,540 votantes eligió 35 diputados (uno por cada 127.387 votantes).

Los 306.128 votantes del Partido Nacional Vasco (seis diputados) van a ser más decisivos en la elaboración de los próximos Presupuestos Generales que los 969.946 de Izquierda Unida (dos diputados). Como bien escribió Víctor Morales en una carta publicada en El País , “¿por qué un votante del PNV tiene ahora capacidad de influir en los Presupuestos y yo no?

Szpiro, un matemático y periodista, sigue la historia fascinante de los personajes que inventaron diferentes sistemas electorales distintos. Uno de ellos fue el monje medieval Ramón Llull (c. 1232-1315), más conocido por ser uno de los creadores del catalán literario que por su pensamiento sobre elecciones. Su novel Libre d’Evast e d’Aloma e de Blanquerna tiene un capitulo — En qual manera Natana fu eleta a abadessa — que desarrolla una interesante método electoral.

No hay espacio aquí para explicarlo en detalle. El ejemplo es la elección de abadesas en los conventos. Consiste básicamente en que cada una de las nueve monjas de una lista electoral para ser abadesa compite con cada una de ellas en series de dos y cada victoria acumula puntos. Cada candidata de las nueve tiene que presentarse ocho veces. La ganadora es la monja que consigue más puntos. En este caso el máximo número de puntos es ocho. Llull creía que su sistema representaba la voluntad de Dios, pero es poco práctico para elecciones generales con centenares de candidatos y millones de votantes.

Otras personas estudiadas en el libro de Szpiro son Platón, Plinio el joven, el Marques de Condorcet (quien demostró que la mayoría en el voto en una elección podría tener un resultado que no diera un claro ganador), Thomas Jefferson, Alexander Hamilton y Kenneth Arrow (Premio Nobel de Economía en 1972).

En suma, el sistema electoral perfecto está aún por inventarse. ¡Que los políticos tomen nota!
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