La crisis económica global que empezó en 2008, después de un largo periodo de optimismo creado por una creciente prosperidad y la llegada de más democracias, rompió drásticamente la muy extendida y, en mi opinión, ingenua creencia de que estábamos viviendo en un mundo donde todos íbamos a ser ganadores (un win-win world) y dio lugar a un mundo de suma cero (zero- sum world) con ganadores y perdedores. Este “nuevo” mundo es mucho más inestable e inseguro.
Muchas fueron las estupideces cometidas durante lo que Gideon Rachman llama la Edad del Optimismo (1991-2008) en su perspicaz libro, Zero-Sum World: Politics, Power and Prosperity After the Crash (“El Mundo de Suma Cero: Política, Poder y Prosperidad después de la Crisis”), publicado por Atlantic Books. Menciono solo dos, la invasión de Irak y con ella la convicción de poder establecer una democracia en un muy corto periodo (Rachman cita anónimamente a un importante “neocon” quien creyó que la guerra en Irak iba a durar solo tres días) — llevamos ya siete años – y la creencia de Gordon Brown, el antiguo Primer Ministro de Gran Bretaña, que su política económica iba a terminar con los ciclos de expansión y fracaso a gran escala (boom and bust). La economía británica está tan hecha polvo como la española pero con una tasa de desempleo mucho más baja (algo que distingue a España del resto del mundo desarrollado).
Rachman, quien desde 2006 escribe una columna semanal sobre política internacional para el Financial Times, después de trabajar durante 15 años para The Economist en Bangkok, Washington y Bruselas, tiene una envidiable capacidad de escribir de manera amena, con sentido del humor e ironía sobre temas complejos y sin caer en simplificaciones.
Su libro está dividido en tres partes: la Edad de la Transformación (1978-91), la Edad del Optimismo y la Edad de la Ansiedad (igual que el título de un famoso poema de WH Auden, publicado en 1947). Las tres secciones cubren mucho terreno de forma muy sucinta. Rachman inicia la Edad de la Transformación en 1978, con la apertura económica de China al capitalismo, algo que pasaron por alto muchos países, entonces más interesados en lo que estaba pasando en la Unión Soviética, pero que hoy está teniendo un enorme impacto global y creando tensiones con Estados Unidos y, por ende, afecta al resto del mundo.
De ahí la célebre frase de Deng Xiaoping, el pragmático líder chino, “No importa si el gato es blanco o negro, con tal que cace ratones” que tanto le gusta a Felipe González. China es una potencia económica, pero su sistema político es intrínsecamente inestable.
Durante esta época hubo considerables avances en establecer democracias (por ejemplo, en 16 países de América Latina) y en crear economías de mercado libre. La teoría era que más democracias y más mercados libres iban a crear un círculo virtuoso para todos.
Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, llegó para los Estados Unidos su momento más dulce, su “momento unipolar” y la publicación del libro de Francis Fukuyama, el politólogo estadounidense, “El Fin de la Historia y el último hombre” en el que defiende que la Historia humana como lucha entre ideologías ha concluido. Los mantras de los países mas desarrollados en este época de “fundamentalismo del mercado” en palabras del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, fueron la desregulación, el libre comercio, la eliminación de controles de cambio y la inversión directa transfronteriza y, bajo la presidencia de George W. Bush, la exportación de la democracia por la fuerza.
Con Alan Greenspan al timón de la Reserva Federal, el volumen de derivados OTC (fuera del ámbito de los mercados organizados) aumentó entre 1987 y 2007 de 866 millones de dólares a 454 billones de dólares. El sagaz George Soros los llamó “armas financieras de destrucción masiva.”
Este mundo irracional y exuberante terminó con la más profunda crisis económica desde la Gran Depresión, de la que aún no hemos salido.
Como los protagonistas en el poema de Auden, hoy todos los países, salvo los estados fracasados, están buscando su sitio en un mundo globalizado donde no todos van a ganar, o esto es lo que parece.
A pesar de ser un libro aparentemente pesimista, Rachman es optimista. Más que nada es un escritor sensato. Esta no es la primera vez en la historia del mundo, nos recuerda, en la que hay tantas nubes negras en el horizonte y tanta inseguridad (también en los campos energéticos y alimenticios).
Ve las semillas de una posible forma del gobierno mundial, o al menos más cooperación internacional, en el Grupo de los 20 países industrializados y emergentes, en el cual España ha logrado colarse, aunque no como miembro. Las Naciones Unidas hoy no es una organización efectiva: Muammar Gaddafi, el dictador de Libia, la compara con Speakers’ Corner (el “Rincón del Orador”) en Hyde Park, Londres, porque todo el mundo puede hablar pero nadie escucha. Él lo sabe bien: le gusta despotricar.
Espero que los líderes mundiales hagan caso del consejo de Rachman de “mantenerse tranquilos.”
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