Restaurando a Arturo Barea

En la víspera del día de Todos los Santos, cuando es costumbre realizar una visita a donde yacen los seres queridos, estoy pensando en Arturo Barea (1897-1957), el gran y olvidado autor de La forja de un rebelde, una magnifica trilogía que narra la infancia del autor en el Madrid de principios del siglo XX, sus primeros pinitos literarios y experiencias en la Guerra de Marruecos, y la Guerra Civil española. No es que Barea sea pariente mío, pero se acaba de limpiar y restaurar su muy deteriorada lápida en Faringdon, un pueblo del condado de Oxford, donde murió después de vivir 18 años exiliado en Inglaterra. Nadie, sin embargo, la visitará este lunes.

En mi columna del 28 del agosto escribí que había encontrado su lápida en mi cuarto intento, y terminé diciendo que “la embajada de España en Londres no ha mostrado ningún interés en restaurar la lápida.” Estas palabras molestaron a Carles Casajuana, el embajador, que se puso en contacto conmigo. La palabra “desinteresado” fue interpretada como si la embajada hubiera rechazado una petición para restaurar la lápida, cosa que no ocurrió y que no era mi intención decir. Yo suponía que la embajada conocía la existencia de la lápida, pero tampoco esto era cierto. Así que es el momento de pedir disculpas públicamente.

Al comentar el lamentable estado de la lápida con Antonio Muñoz Molina, amigo y también admirador de Barea (Ignacio Abel, el protagonista, de su última novela La noche de los tiempos es un prototipo de aquella generación de ilustrados y reformistas con un toque de Arturo Barea y de otras), nos pusimos de acuerdo para escribir sobre Barea el mismo día (él en su artículo de cada sábado en El País) y sufragar el coste de la restauración. Luego, decidimos que seria bonito involucrar a más gente en una modesta iniciativa cívica, algo que Antonio, en particular, ha aprendido a admirar en Estados Unidos. Yo me puse en contacto con alguien en Oxford parta pedir un presupuesto y el coste de 352 libras esterlinas (397 euros) de la restauración fue dividido entre varias personas británicas, americanas y españolas, incluyendo, y no sigo un orden en particular, Paul Preston; Gabriel Jackson; Javier Marías; Elvira Lindo; Santos Juliá; Michael Eaude (biógrafo de Barea); Nigel Townson (editor de la edición en tres volúmenes de las obras de Barea, publicadas por Debate); Edwin Williamson (titular de la Cátedra Alfonso XIII de Estudios Hispánicos en la Universidad de Oxford, cuyo primer titular fue Salvador de Madariaga, otro exiliado) y Jeremy Treglown (ex editor del Times Literary Supplement).

Los padres austriacos de Ilse, la mujer de Barea, refugiados judíos que escaparon de la persecución nazi, están enterrados al lado de la lápida. La cenizas de Barea fueron esparcidas en el jardín de su casa en una aldea a las afueras de Faringdon en la finca del aristócrata Lord Faringdon quien apoyo activamente la causa de la República española y en 1936 trabajó en un hospital de campaña en el frente de Aragón durante la Guerra Civil.

La lápida fue puesta por Olive Renier tras la muerte de Ilse en Viena en 1972. Renier conoció a Barea e Ilse cuando trabajaron los tres para la BBC en 1940. “Yo erigí la lápida, pero fui incapaz de encontrar palabras que expresaran mis sentimientos por aquellas cuatro personas, cuya causa (aunque ellos decían encontrarse entre los afortunados), era el símbolo de las enormes causas perdidas de nuestra generación —la causa de España, la de los judíos, la de la social democracia en Alemania, en Italia, en fin, en toda Europa”, escribió Renier.

Nuestro proyecto ha tenido cierto eco, y no solo en la embajada. Una inglesa, Alison Lever, profesora en el pueblo de Lagartera, se puso en contacto con Antonio para ofrecerle la máquina de escribir de Barea que ella recibió de una de las hijas de un amigo ingles de Barea, junto con una necrología sobre Barea que fue publicado en The Times. Alison trajo la maquina a España en los años 90 y ahora la magnífica Underwood está en un sitio de honor en la casa de Antonio. Las maquinas inglesas no tienen acentos, así que Barea tenía que ponerlos a mano.

Otro resultado de esta empresa ha sido el ciclo de conferencias que se celebrará el próximo enero en el Instituto Cervantes de Londres sobre el exilio español en Inglaterra y que yo voy a inaugurar con una conferencia sobre Barea, aunque me considero más un entusiasta que un experto sobre sus obras.

Otro gran escritor español y exiliado en Inglaterra fue Manuel Chaves Nogales, quien murió en Londres en 1944, con solo 46 años de edad. Elena Soto, cuyo abuelo Antonio Soto Angulo era un amigo íntimo de Chaves y que estuvo con él cuando murió, me informo de las circunstancias de su entierro, citando una emotiva carta de su abuelo al hermano de Chaves. “Luego se nos presentó la duda de lo que debíamos hacer respecto al entierro. Como usted sabe, él no era nada religioso, pero nosotros sabíamos que tanto usted como su madre son católicos y como estas cosas se hacen mas por los familiares, Miss Kaye, la secretaria de Manuel, y yo decidimos hacer el funeral en la Spanish Church de Londres y fue enterrado en el cementerio de Fulham, sección católica. Asistieron al funeral todos los republicanos, sin ninguna distinción de ideas. También estuvieron los Embajadores de todas las repúblicas iberoamericanas. La misa la dijo el Canónigo de la catedral de Valladolid D. Alberto de Onaindia exiliado también como nosotros.” Chaves está enterrado en el cementerio de East Sheen (en el número 19 en la sección CR) y, a diferencia de Barea, no hay nada que indique que allí reposan sus restos.

El 4 de diciembre un pequeño grupo de admiradores de Barea visitaremos la lápida en Faringdon donde tendremos la oportunidad de honrar su memoria como si fuera el día de Todos los Santos.
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