Adam Smith contra Charles Darwin

La recuperación del impuesto de patrimonio, eliminado por el Gobierno en 2008, ha levantado un debate sobre las ventajas y desventajas de tal medida. A dos meses de las elecciones generales el 20 de noviembre sueña a medida populista de los socialistas para ganar votos, aunque en el fondo es algo lógico, dado el mal estado de las cuentas públicas, con caídas en los ingresos y los gastos fuera de control de las autonomías. Pero no es ningún sustituto de un sistema impositivo mucho más eficaz.

La reforma, con vigencia de solo dos ejercicios, 2011 y 2012, consiste en subir el mínimo exento a 700.000 euros por contribuyente, lo que supone multiplicar por casi siete el límite anterior (cerca de 108.000 euros). Además, el mínimo exento para vivienda habitual se eleva a 300.000 euros, el doble del que había en 2008. Según Elena Salgado, Ministra de Economía, “la suma de estos dos conceptos da una cifra de un millón de euros, lo que hace que el impuesto grava solo a las grandes fortunas y no a las clases medias, como sucedía antes.”

Se estima que el gravamen afectará al final a unos 160.000 contribuyentes (981.498 en 2007) y aportará a las autonomías, que no al Estado, 1.080 millones de euros (basado en la declaración de 2007).

Como era de esperar, el Partido Popular, después de ponerse de acuerdo (nunca lo ha estado en casi nada) con los socialistas para incluir en la Constitución limites sobre el déficit presupuestario y la deuda pública, no quiere tener nada que ver con la medida. Mariano Rajoy habla incluso de bajar hasta 10 puntos el impuesto de sociedades (una cantidad enorme, teniendo en cuenta que el tipo es del 30% para grandes empresas y del 25% para PYMES) a empresas que reinviertan beneficios en vez de ser repartidos a los accionistas en forma de dividendos. En cuyo caso hay que preguntarse ¿quienes se atreverían comprar acciones si no van a ser compensados?

No es muy frecuente que recomiende un libro a un político, en este caso a Rajoy. Aprenderá mucho del nuevo libro de Robert H Frank, catedrático de gestión y economía en la Universidad de Cornell y columnista del New York Times. El libro, The Darwin Economy: Liberty, Competition, and the Common Good (“La Economía Darwiniana: Libertad, Competencia y Bien Común”), publicado por Princeton University Press, maneja con habilidad una tesis original: el naturalista ingles Charles Darwin será reconocido algún día como el fundador intelectual de la economía, desplazando a Adam Smith.

Smith (1723-90), autor de “La Riqueza de Naciones” consideró la libre competencia como el medio más idóneo de la economía, afirmando que las contradicciones engendradas por las leyes del mercado serían corregidas por lo que él denominó “la mano invisible” del sistema. Una particularidad de la obra es el planteamiento de que, gracias a la apelación al egoísmo de los particulares se logra el bienestar general. Su filosofía es lo fundamental para los libertarios económicos quienes creen que el mercado lo arregla todo y por esto las regulaciones no son necesarias. La crisis financiera en Europa y los Estados Unidos ha demostrado sin ninguna duda que estamos pagando un alto precio por dejar todo en manos de fuerzas desenfrenadas del mercado.

El punto de vista de Darwin (1809-82), autor del “Origen de las Especies”, sobre el proceso competitivo es bien distinto. El creía que los intereses de los animales individuales entraron muchas veces en conflicto profundo con los intereses generales de sus propias especies, algo que ha sido confirmado por el comportamiento de algunos seres humanos durante la crisis, siendo el último caso el de Kweku Adoboli, el operador del banco suizo UBS, cuyas operaciones ilegales produjeron perdidas de 1,666 millones de euros.

Dirigiéndose a los libertarios económicos, Frank dice que “la intuición de que el hombre tiene una ética firme en mantener todos sus ingresos brutos, rápidamente se desmorona. Los altos ingresos de la gente en las modernas democracias industriales no son consecuencia únicamente de sus esfuerzos. Son el resultado de un grandes inversiones públicas presentes y pasadas en infraestructura, educación e instituciones que definen y refuerzan los derechos de la propiedad privada. Es fácil perder la vista el papel principal que tales inversiones juegan en nuestra prosperidad. La infraestructura que hizo posible su riqueza se pagó con impuestos”.

Según Alan Greenspan, el desacreditado ex-presidente de la Reserva Federal que permitió durante su mandato la proliferación de los denominados derivados financieros (descritos con acierto por Warren Buffet como “armas financieras de destrucción masiva), “todos los impuestos son un obstáculo para el crecimiento económico. Es solamente una cuestión de grado.”

Buffet, uno de los hombres más ricos en el mundo, se queja de que los ricos en EE UU pagan demasiados poco impuestos (pagó solo el 17,4% de su renta imponible, una proporción mucho menor que la de la mayoría de hogares de renta media).

Frank hace hincapié en la importancia de la suerte en la vida, algo que el multimillonario Bill Gates, un hombre que ha tenido muchísima suerte, reconoce públicamente. Su fundación ha donado más de 30,000 millones de dólares para erradicar el sufrimiento en varios países.

Frank propone un sistema de impuestos progresivos y una prueba de coste-beneficio para tomar decisiones favorables para todos los miembros de una sociedad. A ver si Rajoy toma nota.

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