La cuenta atrás de los primeros cien días de Rajoy

Los primeros cien días del jefe de un nuevo Gobierno suelen ser una especie de luna de miel durante la cual los votantes, tanto los que están a favor del partido ganador como los que votaron por otros partidos, le dan un margen para anunciar sus reformas y ver el impacto antes de perder confianza o manifestarse en las calles.

Mariano Rajoy no es el primer presidente que llega al poder con una situación muy delicada: Adolfo Suárez tuvo que empezar la transición política; Felipe González la reconversión industrial y José María Aznar, lograr la entrada de España en el primer grupo del euro.

Rajoy tiene la mayoría absoluta más grande desde la de los socialistas en 1982, pero, a la vez, el margen de maniobra más reducido en el campo económico porque, siendo miembro de la zona euro, España no puede devaluar su moneda, como tantas veces hizo antes de entrar en la zona en 1999, y sus políticas económicas no pueden salir de las reglas comunes.

Igual que los socialistas, con su eslogan electoral en 1982 de “Por el cambio” (político y social más que nada), el Partido Popular (PP) ganó con el lema “Súmate al cambio” (esencialmente económico). Y arrasó, incluso, por primera vez en 34 años, en Andalucía, el feudo de los socialistas.

Sin embargo, la mayoría de los más de 4 millones de votos que perdieron los socialistas se han ido a dos partidos izquierdistas, Izquierda Unida (IU) y Unión Progreso y Democracia (UPyD) y no al PP, que “sólo” gano unos 550.000 votos más que en 2008, pero incrementó en 32 su número de más escaños en el Congreso. El eslogan de IU era “Rebélate”. Con indignación no se va resolver nada. ¿En estas circunstancias, están los españoles listos para el cambio?

La victoria de Rajoy no ha mejorado la confianza en España, a juzgar por la prima de riesgo de la deuda española que repuntó hasta los 463 puntos básicos el lunes, tras la victoria del PP, 19 más que en vísperas de las elecciones, y la Bolsa bajó un 3,48%, uno de sus más bruscas caídas en los últimos meses. Y el martes, el Tesoro español vendió al 5,11% sus letras de tres meses, el doble de hace un mes.

Todo esto no significa que Rajoy esté mal visto: esta es una crisis de deuda, y la deuda de antes de las elecciones es la misma que hoy.

La consolidación fiscal y la austeridad exclusivamente no van a devolver a España a la senda del crecimiento económico y la creación de empleo. Podría satisfacer a los mercados internacionales, pero no los millones de parados, aunque me cueste creer que en España una de cada cinco personas en edad laboral no tenga un empleo, y no lo digo por desestimar el problema del paro.

Rajoy prometió durante su campaña electoral no mentir. Empezó bien tras constatar la mayoría absoluta, reconociendo que “vamos a gobernar en la más delicada coyuntura en que se haya encontrado España en los últimos 30 años.” Seria un estupidez hacer promesas, tipo el número de puestos de trabajo que va a crear (algo que hicieron tanto Felipe González en su primer Gobierno como José Luis Rodríguez Zapatero) que luego se vuelvan en su contra.

Hace falta mucha más pedagogía. Siempre me ha sorprendido lo poco que los presidentes españoles se han dirigido a la nación para explicar continuamente lo que están haciendo y porqué, y más en tiempos de crisis. Por ejemplo, me llamó la atención en su día la falta de explicación por José María Aznar de sus motivos para apoyar la guerra en Irak. Cada presidente americano, desde Franklin D Roosevelt en 1933 hasta Barack Obama, se ha dirigido a la nación con cierta regularidad y por distintos medios (radio, televisión, Internet).

El Gobierno tiene que estar dispuesto a enfrentarse a huelgas en colectivos sobreprotegidos del sector público e incluso a una huelga general para lograr reformas en el tan fragmentado mercado laboral que abaraten el coste de despedir personas con contratos fijos (no los temporales). El aspecto de la contratación ya es de lo más flexible.

El mercado laboral no funciona, y si algo no funciona hay que arreglarlo. El problema del paro radica también en un modelo productivo excesivamente basado en ladrillo y un deteriorado sistema educativo que hace difícil si no imposible una transición a un modelo basado más en el conocimiento, y son tareas que necesitan una década.

Los sindicatos pintan poco en la economía en su conjunto y son un especie de elite en la fuerza laboral, en particular los llamados liberados. Son aquellas personas que reciben sus salarios de las compañías que les han contratado, pero no desempeñan labor alguna en ellas. En lugar de ello están al servicio de las organizaciones sindicales. El número de liberados es uno de los secretos mejor guardados

Uno de los párrafos poco comentados del programa electoral del PP habla de establecer normas claras para ofrecer una completa información sobre los presupuestos y la situación patrimonial de los sindicatos. Sería la primera vez desde la transición.

Creo que la mayoría de los españoles estarán con el Gobierno si están convencidos de que sus reformas son sensatas y a lo largo ayudarán a crear empleo.

Los españoles, según las encuestas, consideran que la clase política constituye su tercer problema, tras el paro y la situación económico. Están hartos de tanta confrontación y descalificación del adversario. Hace falta consenso político y que los políticos empiecen ya a ser parte de la solución y no parte del problema.

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