Ya es hora de que Turquía reconozca el genocidio armenio

Hace menos de dos semanas (el 24 de abril) armenios de todo el mundo conmemoraban, como todos los años, el genocidio entre 1915 y 1917 de hasta un millón y medio de sus compatriotas, cometido durante la Primera Guerra Mundial y en plena desintegración del Imperio Otomano.

El Gobierno turco niega tajantemente que aquello – la primera masacre a gran escala del siglo XX – haya sido un genocidio, a diferencia del Parlamento Europeo, los parlamentos de una docena de países y el Vaticano, que han condenado la masacre, y Barack Obama cuando era senador pero no como Presidente. Y sigue siendo un delito en Turquía afirmarlo en público porque está considerado un insulto a la nación, aunque en la práctica rara vez se sanciona, gracias a una mayor libertad de expresión en los últimos años sobre este tema que ha sido tabú durante décadas.

Mientras que la palabra holocausto se refiere exclusivamente a la persecución y el asesinato sistemático, burocráticamente organizado y auspiciado por el Estado de aproximadamente seis millones de judíos por parte del régimen nazi y sus colaboradores, el término genocidio se aplica a lo que pasó en Camboya (1975-79) y Ruanda (1994) y en otros países.

Sin embargo, el último libro del historiador británico, Paul Preston, lleva el título, “El Holocausto español: odio y exterminio en la guerra civil y después” (Debate). Preston justifica el título — exagerado desde mi punto de vista – porque no encuentra otro adecuado para definir la tragedia española en todas sus dimensiones durante la Guerra Civil y en los años 40.

El libro de Taner Akçam, The Young Turks’ Crime against Humanity: The Armenian Genocide and Ethnic Cleansing in the Ottoman Empire, publicado por Princeton University Press, no deja lugar a dudas de que lo que pasó con los armenios fue mucho más que un masacre.

Akçam, fue uno de los primeros historiadores turcos en hablar abiertamente sobre el genocidio y cuestionar la postura moral y política del Gobierno turco al negar la responsabilidad otomana. Ostenta la única cátedra en el mundo (en la Universidad de Clark en Estado Unidos) dedicada a la investigación y enseñanza del tema. Es odiado por los ultra nacionalistas turcos: su nombre figura en una lista de supuestos “traidores a la seguridad nacional” encontrada en 2009 durante la investigación del caso Ergenekon, la red sospechosa de querer hacer caer el gobierno islámico en Turquía. Otras personas en la lista eran Hrant Dink, el periodista armenio afincado en Estambul asesinado en 2007, y Orhan Pamuk, ganador del Premio Nobel de literatura en 2006. Pamuk fue condenado a pagar 3.850 dólares en 2011 por el delito de “insultar el carácter turco” por los comentarios que hizo en 2005 en un diario suizo sobre Armenia.

Armenia es un tema vivo en mi casa porque mi mujer tiene un cuarta parte armenia (del lado de su abuela, cuya familia emigró desde Tokat, en Turquía, a Egipto a finales del siglo X1X , antes del comienzo de la matanza de los armenios). En 2010 realizamos el sueño de viajar a Armenia, siendo Sonia, mi mujer, el primer miembro de su familia en visitar el país en muchas generaciones. Siempre he sido algo reacio a usar el término genocidio, por no conocer el tema suficiente, pero después de ver la documentación en el Museo del Holocausto en Yerevan, con los fotos de muertos y de niños y mujeres famélicos, y leer el libro de Akçam, acepto el término.

Ankara mantiene que entre 300.000 y 500.000 armenios, y al menos otros tantos turcos, murieron en un conflicto civil cuando los primeros tomaron las armas en el este de Anatolia para apoyar a las tropas invasoras rusas, durante la Primera Guerra Mundial.

Una de las grandes virtudes del profundo estudio de Akçam es que está basado en unos 600 documentos otomanos de los archivos turcos y no en documentos extranjeros (parciales/sesgados según las autoridades turcas). Aunque muchos documentos han desaparecido o han sido “limpiados”, hay más que suficiente evidencia para desmontar la versión oficial, enseñada durante generaciones a los turcos.

Con el imperio otomano en ruinas, los líderes creyeron que sólo podían mantener el control de los restantes territorios si sus habitantes eran únicamente musulmanes (la gran mayoría de armenios, como los griegos, son cristianos). Sin embargo, bastante armenios que se habían convertido a la religión musulmana para salvar sus vidas fueron también asesinados. Fueron eliminados en nombre de la seguridad nacional y la creación de un estado-nación bajo una política demográfica. La negación de los hechos en Turquía esta considerado también como un asunto de seguridad nacional.

“El principio de que los Armenios que quedasen no excedieran del 5% de la población musulmana en las provincias de Anatolia Occidental, mientras que los que fueran deportados no superara el 10% de los musulmanes en sus lugares de destino, viene a ser lo mismo que estar ordenando casi su total aniquilación“ dice Akçam.

Ha pasado ya casi un siglo y no parece que Turquía esté dispuesta a disculparse o a reconocer culpabilidad. La sensibilidad del Gobierno turco por el tema fue ampliamente demostrado el año pasado cuando la aprobación por la Asamblea francesa del proyecto de ley que sancionará a quienes nieguen la existencia de los genocidios, despertó la ira de Ankara, que suspendió relaciones políticas y militares con Francia. Ha llegado la hora por parte del Gobierno turco de reconocer el genocidio y así pasar página.
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