¿Cuánto es bastante?

En 1930, durante la Gran Depresión, el genial economista John Maynard Keynes publicó un ensayo titulado Economic Possibilities for our Grandchildren (“Las posibilidades económicas para nuestros nietos”) en el cual previó que por estas fechas no sería necesario trabajar más de unas 15 horas a la semana, gracias al progreso tecnológico.

“Por primera vez desde su creación el hombre tendrá que confrontar su verdadero y permanente problema —cómo usar su liberación de necesidades económicas apremiantes y el tiempo libre que la ciencia habrá ganado para él para poder vivir sabiamente, agradablemente y bien,” escribió.

Estamos metidos en la más profunda crisis desde la Gran Depresión y lejos de trabajar 15 horas a la semana y dedicar el resto del tiempo a leer, nadar, caminar, ir al cine o cualquier otra actividad de ocio, millones de personas se encuentran en paro, otros millones está trabajando larguísimas horas (una minoría, sobre todo en la banca, con sueldos millonarios y vergonzantes), y otros tantos en trabajos precarios por los que cobran una miseria.

En su nuevo y oportuno libro, How Much is Enough? The Love of Money, and the Case for the Good Life (“¿Cuánto es bastante? El amor al dinero, y las razones para la buena vida”), publicado por Allen Lane, Robert Skidelsky, el gran biógrafo de Keynes, ayudado por su hijo Edward, intenta explicar por qué fracasó el pronóstico de Keynes y presenta un proyecto para llevar una vida menos obsesionada con hacerse rico y más proclive al ocio. Los autores hacen una clara distinción entre pereza y ocio, que definen como “propositividad sin propósito”.

La riqueza per capita es bastante más alta hoy que en tiempos de Keynes. Sin embargo, estamos muy lejos de la sociedad imaginada por él. Según los autores, el gran economista, cuya relevancia es aún mayor en nuestros días, no distinguió entre las necesidades (needs) de la gente, que son finitas, y sus deseos (wants) que son infinitos. En su tiempo la mayoría del gasto de los hogares se dedicaba a las necesidades básicas; hoy, incluso para las clases pobres, muchas de las compras no son necesarias en un sentido estrictamente material y sólo confieren status.

El ejemplo más absurdo de exceso que me viene a la mente son los 2.700 pares de zapatos en posesión de Inmelda Marcos cuando cayó la dictadura de su marido Ferdinand en Filipinas, y esto fue hace 26 años y un asunto menor en comparación con las últimas extravagancias.

Para los Skidelsky los raíces de la avaricia insaciable están en la naturaleza humana, intensificada por el capitalismo agresivo de las últimas décadas. El consumismo compulsivo empieza cuando los padres colman a sus hijos con regalos. Hoy, los ricos adictos al trabajo han reemplazado a los ricos perezosos de los siglos pasados. Tenemos una plutocracia depredadora y estamos regresando a una época en la que las sociedades estaban divididas entre una pequeña clase de rentistas y otra grande de sirvientes.

“Hacer dinero no puede ser el negocio permanente de la humanidad, por la sencilla razón de que no hay nada que hacer con el dinero que no sea gastarlo y el mundo no puede gastar hasta el infinito,” dicen los autores.

Para ellos, la meta a largo plazo de la política económica debería ser la estructuración de nuestra existencia para facilitar la vida buena que, como saben los filólogos, no es lo mismo que la buena vida. (En inglés la good life es la vida buena y la buena vida. No distinguimos). Proponen otra forma de medir el progreso que no sea la medida tradicional de crecimiento o los ingresos per capita y que tiene en cuenta los siguientes elementos: seguridad; respeto; personalidad; armonía con la naturaleza; amistad y ocio.

Para lograrlo, proponen, entre otras cosas, un sueldo básico para todo el mundo, frenar los anuncios para reducir el consumismo y un impuesto sobre transacciones financieras para los bancos.

Todo esto suena bien, y más en estos tiempos de incertidumbre, pero también muy utópico, y ya sabemos qué pasa con las utopías.

¿Quien va a dar el primer paso? Yo creo que la raíz del problema es el aburrimiento y me quedo con una cita del filosofo Blaise Pascal (1623-62) que está sobre mi mesa de trabajo. “Todas las miserias del hombre se derivan de no se
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