En torno a Javier Pradera

Cuando camino desde mi casa al metro en la cercana plaza de Manuel Becerra, a veces voy por una ruta que me lleva por la pequeña calle donde Federico Sánchez, heterónimo de Jorge Semprún, tenía una de sus casas seguras durante su época de clandestinidad en el Madrid de los años 50, y luego paso por la iglesia de la plaza, usada por Semprún como punto de encuentro. El reciente y fascinante libro de Santos Juliá, “Camarada Javier Pradera” (Galaxia Gutenberg), sobre el columnista y editor y gran amigo de Semprún me ha sumergido en los diez años (1955-65) de militancia de Pradera en el Partido Comunista de España (PCE).

“¿Por qué un tipo que tiene veinte o treinta años en 1956 se adhiere al PCE a pesar de toda la propaganda oficial?” preguntaron Régis Debray y Max Gallo a Santiago Carrillo en su entrevista con el secretario general del partido, publicado en un libro. Carrillo responde: “Para los jóvenes, en aquel momento el único medio de ser antifranquista era ser comunista” (el más denostado de todos los partidos).

Había algo más, según Juliá. “El PC no era sólo el partido de ser antifranquista; lo era, desde luego, pero era sobre todo el partido de la revolución, del socialismo, vividos como expectativa por un grupo de amigos.” El mismo Pradera, desde la distancia y después de una especie de “caída de Damasco” hacia la democracia tal como la entendemos ahora, escribió con una honestidad ejemplar: “Me resisto a aceptar la idea de que los estudiantes y los intelectuales de izquierda que militaron en la oposición al régimen desde 1956 hasta las postrimerías del franquismo tuvieran — tuviéramos — como objetivo la creación de un sistema político como la Constitución de 1978. “

En 2005, fue más allá: “No luchábamos por las libertades, nosotros luchábamos por la revolución social; luchábamos por un cambio en el modo de producción, luchábamos por las libertades reales, no por las libertades formales.”

La experiencia de Pradera, nacido en 1934, es particularmente interesante, aunque lejos de ser única, porque era hijo de los vencedores. Cuando se incorporó al Partido Comunista no se habían cumplido aún 20 años desde la rebelión de julio de 1936 que desencadenó la revolución de la que habrían de ser víctimas su padre y su abuelo. En esa época, hubo ocasiones en las que el hijo de un asesinado por un franquista compartía celda con el hijo de un asesinado por un rojo.

El caso de Pradera me recuerda el de mi amigo Manuel Azcárate (1916-1998), aunque en circunstancias bien diferentes. Azcárate, nacido en una familia liberal burguesa (su padre fue el embajador de la República en Londres durante la Guerra Civil), se incorporó al PCE en 1934 a la misma edad más o menos que Pradera, 20 años más tarde. Cuando Azcárate murió, Pradera escribió: “ Si la solidaridad de clase y la miseria dan cuenta de las razones de los trabajadores manuales, el testimonio autobiográfico de Manuel Azcárate enseña cómo la educación sentimental, moral e intelectual llevó a tantos estudiantes, profesores, artistas e intelectuales españoles a afiliarse en el PCE.” Son palabras aplicables hasta cierto punto a Pradera.

El libro de Juliá incluye documentos judiciales inéditos de archivos españoles, cartas entre el joven Pradera y el entonces estalinista Sánchez (diez años mayor), escritos políticos, incluyendo uno manifestando su desacuerdo con el libro de Semprún, la “Autobiografía de Federico Sánchez”, publicado en 1977, a pesar de estar dedicado a él, recuerdos de su familia y el arranque de unas memorias que nunca acabó.

Juliá indaga en la rebelión de los universitarios madrileños de 1956, el año de prisión militar de Pradera (durante el que fue visitado por un muy atrevido Sánchez), el enorme fracaso (éxito para el PCE, algo que Pradera se niega a aceptar) de la huelga nacional pacífica de 1959 (todo con mayúsculas para el PCE, indicando su singularidad), y los debates de 1963 y 1964 en el Comité Ejecutivo del PCE con la expulsión de Fernando Claudín y Semprún.

Lo que se rompe para Pradera, explica Juliá con excepcional habilidad para el análisis, es la fe ciega en el Partido sobre la confianza en la razón. “El axioma: mejor equivocarme dentro del Partido que tener razón fuera de él; deja de tener sentido; la convicción de que lo importante es el Partido se esfuma, desaparece, cuando una y otra vez se utiliza para tapar bocas.”

Pradera nunca renunció al uso de su propia razón y no perdió contacto con la realidad española, a diferencia de los dirigentes del Partido. Tal vez esto explica por qué el PCE (bajo otro nombre) pinta tan poco hoy en el panorama político.
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