En los últimos 10 años, bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdogan y el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), con raíces islamistas, Turquía ha emergido como una potencia económica y política. España es uno de los países que se ha beneficiado de esta nueva situación, como fue demostrado durante la reciente cumbre entre Erdogan y Mariano Rajoy en Madrid.
Turquía, que empezó a negociar su entrada en la Unión Europea en 2007 con el apoyo activo de España (el proceso está casi paralizado), ya es el segundo mercado más importante para las exportaciones españolas fuera de la Unión Europea y después de los Estados Unidos. La exportaciones españolas a Turquía aumentaron desde los 2.900 millones de euros en 2007 hasta los 4.400 millones en 2011 y fueron 3.400 millones en los primeros nueve meses de este año. La inversión directa española en Turquía alcanzo 7.100 millones de euros al final del 2011.
La economía turca creció el 9,2% en 2010 y el 8,5% en 2011 y en el tercer trimestre de este año el crecimiento se ralentizó a sólo el 1,6%, aunque sigue siendo un buen dato comparado con sus vecinos europeos, algunos de los cuales, como España, aún no han salido de la recesión. El mes pasado la calificación crediticia de Turquía recibió un ascenso de Fitch Ratings, alcanzando el grado de inversión por primera vez desde 1994.
Esta calificación supone un sello de aprobación de la economía turca y se espera que se acelere la entrada de inversiones extranjeras en el país incluyendo las de España. El Instituto de Crédito Exterior (ICEX) va a organizar el año que viene un foro de inversión en Estambul con el que se pretende que las empresas españolas y turcas desarrollen conjuntamente proyectos de inversión en sectores prioritarios.
La economía turca marcha bien y parece que va a poder aterrizar suavemente después de un periodo de fuerte crecimiento, a diferencia de la española. Mucho más problemática es la situación política. Erdogan tiene demasiados tics autoritarios y los derechos humanos distan mucho de lo que tienen que ser para un país con aspiraciones a adherirse a la UE. Por ejemplo, Turquía está a la cabeza de los países con mayor número de periodistas entre rejas (unos 76). La mayoría de los periodistas encarcelados están acusados bajo leyes antiterroristas y algunos por insultar a la nación turca (infrigiendo el polémico articulo 301 del Código Penal que no ha sido reformado suficientemente). Dicho esto, uno de los logros más importantes de Erdogan es el de haber reducido el poder y la influencia de los militares.
La mejor manera de entender la complejidad turca y los profundos cambios en la última década (algo parecido ocurrió en España) es leer el libro de Jenny White, Muslim Nationalism and the New Turks (“El nacionalismo musulmán y los nuevos turcos”), publicado el mes pasado por Princeton University Press. White es catedrática asociada de la universidad de Boston y ha seguida los altibajos de Turquía desde los años 70.
Según White, los tres cambios más importantes en Turquía ocurridos en los últimos 30 años son: el golpe militar de 1980, que reconfiguró el panorama político y dio más libertad a la forma turca de Islam para hacer frente al socialismo y comunismo; la apertura de la economía insular dominada por el Estado para poder competir en el mercado global y el auge de partidos políticos islamistas.
Jenny White explica muy bien los cambios profundos en la identidad nacional turca y en el significado del Islam y se pregunta si el llamado modelo turco es una historia exitosa o un cuento aleccionador.
Las elites musulmanas han desafiado al tradicional status quo laico, establecido a partir de la fundación de la República Turca en 1923 por el audaz Mustafa Kemal Ataturk sobre las ruinas del Imperio Otomano, y han desarrollado una definición alternativa de la nación basada en una recuperación nostálgica del pasado otomano, que reemplaza a la de la República basada en la pureza de la sangre, el idioma turco y su cultura.
Esta élite de musulmanes piadosos no ve ninguna contradicción en gobernar un estado laico, mientras que para los jóvenes turcos las identidades religiosas y nacionales se han convertido, como un producto de consumo, en objetos de selección y formas de expresión personal.
Aunque parezca contradictorio, Turquía es hoy más socialmente conservadora y, a la vez, la sociedad turca es más liberal. Todo un enigma que hace el país fascinante.
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