Poco después de ganar las elecciones en 1982, Felipe González, preguntado sobre los objetivos de su Gobierno, contestó “que España funcione.” Treinta años después, España no funciona como tiene que ser.
Entre otras cosas, el modelo económico, basado en la construcción, ha sido incapaz de crear empleo de forma sostenida (de los 3,7 millones de puestos de trabajo que se han destruido desde 2007, 1,6 pertenecían a la construcción), el sistema educativo está en crisis (una de cada cuatro personas entre 18 y 24 años ha abandonado los estudios prematuramente), el sistema de autonomías está rompiéndose, la corrupción ha florecido, los procesos judiciales marchan a paso de tortuga antes de llegar a un juicio, si es que llegan, y la judicatura está demasiado politizada. Además, la clase política está considerada parte del problema y no parte de la solución.
¿Hasta qué punto gran parte de los problemas de hoy son la culpa de los socialistas, quienes han ganado seis de los 11 elecciones generales desde 1977 y es la fuerza política que empezó a modernizar el país?
El frase que encabeza esta columna viene del libro de Paul Kennedy, The Spanish Socialist Party and the Modernisation of Spain (“El Partido Socialista español y la modernización de España”), publicado el mes pasado por Manchester University Press. En menos de 250 páginas, el británico Kennedy, buen conocedor de España y profesor de estudios españoles y europeos en la Universidad de Bath, repasa de forma amena la historia del PSOE desde su fundación por Pablo Iglesias en 1879 hasta hoy. No es tarea del libro de Kennedy repartir responsabilidades, aunque da algunas pistas.
El libro es la historia más completa de este partido en inglés, y pone a los socialistas en el contexto de la socialdemocracia europea a partir de los años 70. Cubre los orígenes del partido, su papel en la Segunda República, el largo exilio de sus líderes, la negociación de la entrada de España en la Comunidad Europea en 1986, las políticas económicas, de seguridad y exterior de los Gobiernos de Felipe González, los socialistas en la oposición entre 1996 y 2003, las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero y a dónde va el partido.
Otra cita interesante en el libro que merece recordarse es la de Zapatero, quien dijo en 2005, después de ganar las elecciones, que “un programa moderno de izquierda está basado en una economía bien gestionada, con las cuentas públicas en superávit, tipos moderados de impuestos y un sector público limitado.”
Es cierto que España tuvo un superávit antes de la crisis y un bajo nivel de deuda pública, pero la economía no fue bien gestionada. Zapatero perdió una oportunidad de oro para una verdadera modernización. Otra cosa fueron sus necesarias reformas sociales.
Kennedy comenta que Zapatero, al llegar al poder en 2004 con la economía creciendo más fuertemente que el promedio europeo, tuvo aparentemente “pocos incentivos para rechazar un modelo productivo basado en el ladrillo”. Para rechazarlo no, pero sí para empezar a cambiarlo y hacer la economía más diversificada y equilibrada. Aquí, toda la clase política tiene la culpa.
La locura de la burbuja inmobiliaria, alimentada por los bajos tipos de interés (fijados por el Banco Central Europeo) y que arrancó después de la ingenua Ley de Suelo de 1998 del Partido Popular, era para mí al menos, como el título de una novela de García Márquez, La crónica de una muerte anunciada, o tal vez para ser más justo La crónica de un fracaso anunciado. La única incógnita era cuándo ocurriría. Otros países han sufrido burbujas inmobiliarias pero ninguno con consecuencias tan devastadoras como en España.
Aun en 2009, después de su segunda victoria y negando la profundidad de la crisis, Zapatero se vanaglorió de que “estamos entre los que menos padecen la crisis y seremos los primeros en salir”, palabras que volvieron a surgir para atormentarle.
Kennedy pinta a Zapatero, una vez estallada la crisis, como una víctima de las demandas de los mercado financieros internacionales y que no tenía más remedio que ceder. Esta es una visión muy simplista. ¿Acaso había otra política viable? ¿Ignorar los mercados habría resuelto los problemas?
¿A dónde van las socialistas? El Partido Popular volvió este mes a situarse por delante del PSOE en la estimación de resultado electoral después de una oleada —la del mes de septiembre— en la que los socialistas se habían situado por delante de los populares, por primera vez desde las elecciones de 2011. Si ahora hubiera elecciones, el PP lograría el 34,1% de los votos frente al 29% que obtendría el PSOE. En realidad, tanto la oleada de septiembre como la de octubre lo que muestran es un empate técnico, si se tienen en cuenta los márgenes de error de las encuestas.
Que un partido en el poder pierda votos (logró el 44,6% en noviembre 2011), y más uno como el PP que ha tomado tantas medidas impopulares, no sorprende en absoluto; lo que sí llama la atención es que el mayor partido de la oposición (28,7% de los votos en 2011) no haya sido capaz de levantar cabeza y ganar terreno.
Como concluye Kennedy, el PSOE tiene que renovarse para poder seguir jugando un papel clave en la modernización del país.