Para Jorge Semprún, el equivalente a “la petite madeleine” de Marcel Proust fue su experiencia transcendental en el campo de concentración de Buchenwald.
El campo nazi está evocado en muchos de sus libros y este, a su vez, da lugar a otros recuerdos, en particular de su infancia, exilio, años de clandestinidad en el Partido Comunista Español (PCE) y expulsión del partido. Para Semprún (1923-2011), “la memoria es como una babuschka, una de esas muñecas rusas de madera pintada que pueden abrirse y que contienen otra muñeca idéntica de talla diminuta, y otra y otra más, hasta llegar a una última de talla diminuta, que ya no puede abrirse.”
Daniela Omlor, investigadora postdoctoral en la Universidad de Oxford y becaria de la Reina Sofía en Exeter College, indaga en la memoria de Semprún en su esclarecedor libro, Jorge Semprún: Memory’s Long Voyage (“Jorge Semprún: el largo camino de la memoria”), publicado por Peter Lang. Omlor ofrece una lectura muy detallada e inteligente de doce libros.
La memoria de Semprún, la motivación de todos sus libros, es muy anterior a su encarcelamiento en Buchenwald y se remonta a la muerte de su madre antes de que él cumpliera ocho años. Con la Guerra Civil, los siete hermanos marcharon a La Haya para reunirse con su padre, embajador de la República en los Países Bajos. El futuro escritor comenzaba así un exilio que duró toda su vida.
“Tengo más recuerdos que si tuviera mil años”, escribió en el libro sobre su infancia Adiós, luz de veranos, citando las palabras de Baudelaire. Por medio de sus recuerdos Semprún pudo reconstruir su identidad fragmentada.
Semprún no compartió el dogma de algunos teóricos (malinterpretando Primo Levi, el escritor italiano y sobreviviente del campo de exterminación Auschwitz), de que los únicos verdaderos testigos del Holocausto son los muertos. Con cada vez menos sobrevivientes, por causas naturales, Semprún creía que la única posibilidad de conservar el recuerdo de los campos “reside en que la ficción narrativa se apodere de dicha materia histórica.”
Después de la muerte de Franco en 1975, en palabras del periodista Gregorio Morán, se inició un “proceso de desmemorización colectiva. No de olvido, sino de algo más preciso y voluntario, la capacidad de volverse desmemoriado.” Era un factor clave que explica en parte el éxito de la transición. Una obra en particular de Semprún, La autobiografía de Federico Sánchez, iba aparentemente en contra de este espíritu; era una ajuste de cuentas con Santiago Carrillo, el líder del PCE, a quien Semprún llamó el “Gran Timonel desmemoriado,” y a expensas de contar episodios de forma desfavorable a si mismo.
Por ejemplo, Semprún sabía que el dirigente comunista checo Josef Frank, compañero en Buchenwald y ejecutado en 1952, era inocente de colaborar con la Gestapo, uno de los cargospresentados en el juicio-farsa orquestado desde Moscú. “No había proclamado en ninguna parte su inocencia. Me había callado, sacrificando la verdad en aras del Espíritu-Absoluto, que entre nosotros se llamaba Espíritu-de-Partido. Y esa herida del estalinismo en mi propia piel seguía quemándome.”
Más que cuestionar el llamado Pacto de Silencio, una especie de tabula rasa, Semprún quería una reevaluación de la memoria colectiva. Con respecto a la declaración de Carrillo en un libro publicado en 1976 que “si el azar hubiera hecho que la vida de Franco se prolongase unos años más hubiéramos presenciado como la presión popular, probablemente acompañada de un golpe de palacio desplazaba, más o menos cortésmente, el dictador,” Semprún comentó: “No pienso que sea fácil encontrar en los escritos de los dirigentes políticos que se proclaman marxistas, un texto tan irreal o surreal como éste, tan henchido de deseo irrealizable y de frustrada ensoñación. Cabe preguntarse si la temprana vocación política de Carrillo no ha venido a truncar una posible carrera de escritor de ciencia-ficción o de barata novela fantástica.”
Carrillo se resistió a aceptar la realidad, expresado en la siguiente forma por Morán: “Cuando un dictador muere en el poder y en su cama está demostrado que la sociedad civil lo aprueba por omisión.” Franco murió con las botas puestas.
Para Semprún: “La memoria comunista es, en realidad, una desmemoria, no consiste en recordar el pasado, sino en censurarlo. La memoria de los dirigentes comunistas funciona pragmáticamente, de acuerdo con los intereses y los objetivos políticos del momento. No es una memoria histórica, testimonial, es una memoria ideológica.”
En la actualidad, otra memoria ideológica trata de secuestrar la memoria histórica, al suprimir los logros de los últimos treinta y tantos años.
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