Las víctimas mortales de la violencia etarra fueron nada menos que 829 en 43 años. Sus nombres, fotos y historias han llenado los periódicos estos días, a raíz del anuncio del “cese definitivo” de la “actividad armada” de la banda.
Antes de la formación de ETA, hubo otra tragedia en el País Vasco con miles de víctimas — la salida de niños a varios países, incluyendo el mío, el Reino Unido, a causa de la Guerra Civil — y que es mucho menos conocida.
En la mañana del 21 de mayo de 1937, menos de un mes después del bombardeo de Guernica por parte la Legión Condor y la Aviación Legionaria italiana durante el transcurso de la Guerra Civil, 3.862 niños junto con 96 maestras, 118 señoritas (mujeres jóvenes que acompañaban a los niños) y 15 sacerdotes dejaron el País Vasco hacia Inglaterra a bordo de un viejo barco lleno a rebosar llamado Habana. Escoltado por dos barcos de Guerra de la Marina Real británica y azotados por una tormenta en la bahía de Vizcaya, llegaron finalmente al Puerto de Southampton a primera hora de la tarde del día siguiente. Era la llegada más grande de refugiados que había recibido Inglaterra y la única formada exclusivamente por niños.
Ningún suceso relacionado con la política exterior de Gran Bretaña durante el siglo XX había causado una división tan profunda ni había encendido un debate tan enconado en la opinión pública británica como la Guerra Civil española. Por suerte, esos niños no leían los periódicos que convertían su presencia en Inglaterra en objeto de fieras batallas ideológicas.
Esta historia está contada de forma amena en “Solo Serán Tres Meses: Los Niños Vascos Refugiados en el Exilio” (Plataforma Historia) de Adrian Bell, bellamente ilustrado con las mismas fotos y dibujos de la versión original publicada en inglés. Bell se entrevistó con muchos de los participantes de esta tragedia y cuenta sus historias conmovedoras.
“No te preocupes. Nos veremos dentro de tres meses” era el pronóstico tranquilizador de los padres en el oscuro y bullicioso andén de la estación de Portugalete mientras se despedían de sus hijos antes de ser trasladados al puerto de Santurce. Bastantes de los niños quedaron para siempre en Inglaterra después del fin de la Guerra Civil.
En el transcurso del verano al otoño de 1937, todo el norte republicano había caído y Franco seguía insistiendo en repatriar a los niños, mientras sus seguidores en Gran Bretaña se encargaron de repetir su discurso machaconamente y acusaron al Comité de Niños Vascos de explotar a éstos y a sus familias con el único objetivo de hacer propaganda política.
Los niños vivieron en colonias en varias partes de Inglaterra (una duró hasta 1945).
Una valiente mujer inglesa, Poppy Vulliamy, escribió a Lord Faringdon, que era socialista y pacifista y había trabajado como celador en el hospital de campaña británico que había en el frente de Aragón (donde ofreció uno de sus Rolls Royce como ambulancia) pidiéndole alojamiento para unos niños en su enorme finca. Ella le dijo que “no era apropiado que un socialista como él viviera solo en una casa tan grande.”
Faringdon no estaba de acuerdo con la idea de Miss Vulliamy; sin embargo, le ofreció dos refugios vacíos en los límites de la finca que tenía en Eaton Hastings si ella se ocupaba de construir dos casas de madera que se utilizarían como dormitorios extras.
Esos niños no fueron los únicos exiliados españoles que encontraron refugio gracias a este aristócrata. El gran escritor Arturo Barea vivió sus últimos años (murió en 1957) en una de las casas (Middle Lodge) de la finca. Su lápida, restaurada por un grupo de admiradores el año pasado, está en el cementerio del pueblo de Faringdon.
¿Hicieron bien los padres en mandar a sus hijos al extranjero, a costa de perderlos para siempre o, al menos, durante los años formativos de sus vidas? Algunos padres se arrepintieron de lo que habían hecho, porque después de sobrevivir a la guerra pensaron que pudieron haber estado todos juntos durante el conflicto, pero no había ninguna certeza de que no hubieran muerto todos. Otros creyeron que fue la mejor decisión que podían tomar en las circunstancias. ¿Cómo podría un padre no poner a salvo a sus hijos si tenía la oportunidad?
Uno de los niños, muchos años después, resumió la situación así. “Nuestra juventud, nuestra formación educativa, la manera en que nuestros padres nos educaron, todo lo que sabíamos, todo eso nos quitaron. No les echo la culpa a los padres. Hicieron lo que creyeron que era mejor para nosotros, lo que sabían que era mejor para nosotros. La decisión fue equivocada, pero ellos hicieron lo correcto.”
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