Las consecuencias de nuestras acciones

El mundo hubiera sido muy distinto si muchas más personas “normales” en posiciones de responsabilidad hubieran anticipado las consecuencias de sus acciones, particularmente en estados totalitarios como la Alemania de Hitler o la Unión Soviética de Stalin.

Este pensamiento me viene a la mente después de leer el fascinante libro de Mary Fulbrook, A Small Town near Auschwitz: Ordinary Nazis and the Holocaust (“Una pequeña ciudad cerca de Auschwitz: los Nazis corrientes y el Holocausto”) publicado esta semana por Oxford University Press.

El libro relata la vida de Udo Klausa, un Landrat (el principal administrador civil) de Bedzin una ciudad polaca a 40kms de Auschwitz y en manos de los Nazis después de la invasión de Polonia en septiembre de 1939. Su esposa fue la mejor amiga de la madre de Fulbrook y la madrina del autor.

Klausa era un representante típico de los funcionarios alemanes que pusieron en práctica las políticas Nazis y que sostuvieron el sistema sin verse involucrados directamente en actos de violencia o atrocidades y que, después de la guerra, intentaron denegar o quitar importancia a sus responsabilidades en este terrible pasado y negar que hubieran sido “Nazis verdaderos”. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Seis millones de polacos murieron en la Segunda Guerra Mundial, tres millones de ellos judíos. Klausa no fue un “verdugo voluntarioso” pero sí un “funcionario voluntarioso”, sin muchos de los cuales es probable que el holocausto no hubiera sido posible. Como Landrat, era responsable de la gendarmerie, una fuerza paramilitar involucrada en las deportaciones de judíos y en las represalias.

Antes de la invasión Nazi casi la mitad de la población de Bedzin eran judíos. Formaban una comunidad vibrante. La masacre de varios cientos de judíos que murieron en la quema de la Gran Sinagoga y de algunas casas, poco después de la invasión y seis meses antes del nombramiento de Klausa como Landrat, fue una de las primeras atrocidades en un proceso que culminó con el holocausto.

El gueto de Bedzin, establecido en la época de Klausa, era el más grande de la Alta Silesia. Los más de 20.000 judíos de B?dzin, junto con otros 10.000 procedentes de diferentes lugares, vivieron en el gueto durante su corta historia. La mayoría de ellos fueron obligados a trabajar en las fábricas militares alemanas como esclavos, antes de ser deportados al campo de concentración de Auschwitz donde fueron exterminados.

Para ser Landrat, era necesario apoyar si no simpatizar con las políticas racistas de los Nazis. Klausa, que siempre se consideró a si mismo un “hombre decente” se unió al partido nazi tres semanas después del nombramiento de Hitler como canciller, probablemente para avanzar en su carrera. Un católico creyente consideró la llegada al poder de Hitler como “la única alternativa a una guerra civil creciente.”

Debido a su cercanía a la famila de Klausa, Fulbrook, catedrática de historia alemana en University College, Londres, y cuya madre, de ascendencia judía, dejó la Alemania Nazi, pudo penetrar, vía cartas, memorias, testigos y entrevistas, en la vida privada y la mentalidad de esta persona representativa de toda una generación.

Klausa dejaba su puesto de Landrat de vez en cuando para cumplir misiones militares, representándolo (en sus selectivas memorias) como una fuga a un bastión de decencia en un régimen de otra manera insoportable. Sin embargo, nunca tuvo el coraje de abandonar el puesto de Landrat, a pesar de un conflicto interno que Fulbrook cree se formó a raíz de la creciente comprensión de Klausa de la naturaleza sanguinaria del régimen Nazi, en particular cuando Auschwitz-Birkenau empezó a funcionar como un campo de exterminio. Comprendió que corría el riesgo, como él mismo dijo varias veces, de “inocentemente llegar a ser culpable”

Es imposible que no supiera la verdadera función de Auschwitz (no lo menciona en sus memorias) ni de las políticas de genocidio practicadas en el Frente Oriental donde él y uno de sus cuñados lucharon. El olor dulzón de carne humana quemada en los crematorios de Auschwitz podía detectarse a muchos kilómetros del campo. Fulbrook indagó las discrepancias entre sus memorias y lo que realmente pasó.

Klausa vivía en Bedzin en una casa grande que había pertenecido a una familia judía (el esposo murió en Auschwitz) y que estaba a solo 100 metros de la estación de trenes desde donde los judíos eran transportados a Auschwitz.

El libro suscita muchas preguntas pertinentes e incomodas, algunas de las cuales son aplicables a la burocracia franquista.

Klausa fue investigado después de la guerra pero nunca llevado a un juicio. Logró, con la ayuda de sus conexiones, ser clasificado como “exonerado”, a pesar de su pasado y disfrutó de una carera sólida en la burocracia de la Republica Federal de Alemania.
http://www.elimparcial.es//las-consecuencias-de-nuestras-acciones-111849.html