El nuevo libro de Antonio Muñoz Molina publicado esta semana, un apasionado ensayo y reflexión sobre cómo España ha llegado a su crítica situación, es de lo más oportuno. Ha puesto el dedo en la llaga de los males del país y merece ser de lectura obligatoria para toda la desacreditada clase política crecientemente vista como una casta.
El ameno libro, Todo lo que era sólido (Seix Barral), quema en las manos y deja el lector, al menos a mí, enfadado. Combina los acontecimientos con sus propias experiencias, y con una sana dosis de mea culpa (por ejemplo, de su corto pasado comunista cuando “yo viví vacunado contra cualquier objeción a la ideología marxista”).
Como parte de las investigaciones para su libro, se fue a la hemeroteca de El País para leer los periódicos de 2007, el último año del supuesto boom económico antes de la crisis, y se encuentra con un país salvaje: “páginas enteras que ofrecen coches de lujo, cruceros, viajes exóticos, clínicas de cirugía estética, áticos en el centro de Madrid, secciones tan gruesas como antiguas guías de teléfonos con anuncios de venta de pisos, de urbanizaciones enteras, de todo tipo de placeres eróticos.”
Como dijo el escritor británico L.P. Hartley, “el pasado es otro país y allí las cosas se hacen de otra manera.”Ciertamente es el caso de España de solo unos años atrás.
De sus propias experiencias, primero en 1981 como auxiliar administrativo interino en el ayuntamiento de Granada, y luego en Nueva York, como director del Instituto Cervantes entre 2004 y 2006, cuenta lo que vio delante de sus ojos, como su admirado George Orwell.
En Granada, vio como en los primeros años de la democracia los políticos ocupaban más y más espacios de la vida pública,y en Nueva York, durante los años de delirio,observó la llegada de un sinfín de misiones oficiales fastuosas de las autonomías. Cita a una persona que vino a verle en su despacho y que repetía: “Yo a lo que vengo es a hacer ruido con Navarra en Nueva York”, y otro que “hablaba en ese andaluz inventado con tanto éxito por Canal Sur y por la Junta de Andalucía” quien le dijo: “Yo aquí estoy para vender Andalucía, no España. Ya está bien de vender la marca España. Ahora hay que vender la marca Andalucía.”
Una de las tesis fundamentales del libro es que los partidos no quisieron crear una Administración, un sistema público de funcionamiento que sirviera para todos, sino unas redes clientelares de las que ellos se alimentaran y en las que ellos prosperaran.
“La ruina en la que nos ahogamos hoy empezó cuando la potestad de disponer del dinero público pudo ejercerse sin los mecanismos previos de control de las leyes; y cuando las leyes se hicieron tan elásticas como para no entorpecer el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio —o simplemente para no ser cumplidas,” escribe.
Durante el boom y no se sabe cuando, apareció una “nueva” palabra — el pelotazo — que se extendió por todo el país y que entró en el Diccionario de la lengua española con la siguiente y acertada definición: “Negocio de dudosa legalidad con el que se gana mucho dinero de manera rápida.”
Otro lastre para España es la falta de debate, lo que llama “el contraste argumentado y civilizado de ideas en el que cada uno se expresa con libertad y está dispuesto a aceptar que el otro tenga una parte de razón y hasta a cambiar de postura si se le ofrecen motivos o datos que desconocía y que puedan persuadirle; la convicción de que, por debajo de las divergencias, incluso las más tajantes, hay una base sólida de acuerdo, y por lo tanto la posibilidad de encontrar un terreno intermedio, de ceder en algo para ganar en algo.”
Este dialogo de sordos tiene mucho que ver con lo difícil que es “en no pertenecer a un grupo, a una tribu, a una patria, a lo que sea, con que tal de que sea seguro y colectivo, de que ofrezca una protección incondicional, si bien al precio de abdicar del derecho al libre pensamiento: a cambiar de opinión, a no ajustarse a lo que se exige o se espera o se da por supuesto de uno, a no aprobar todas y cada una de las cosas que hacen aquellos a los que uno mismo se siente más cerca, a los que uno ha defendido, los que sin embargo no aceptaran que se aparte ni un milímetro de la ortodoxia que ellos mismos marcan.”
Esto hace al autor preguntarse si España es realmente un país individualista, tal como pensamos los extranjeros en particular.
No sorprende, después de tan fuertes criticas, que Muñoz Molina se haya sentido algunas veces como un peregrino en su patria, un forastero en su país, y que disfruta tanto de pasar la mitad del año en Nueva York.
Ojalá que el libro logre su propósito de “ser una herramienta útil en el debate imprescindible que tenemos por delante como ciudadanos” y espero que gane más adhesiones que descalificaciones.
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