La memoria de Jorge Semprún

Para Jorge Semprún, el equivalente a “la petite madeleine” de Marcel Proust fue su experiencia transcendental en el campo de concentración de Buchenwald.

El campo nazi está evocado en muchos de sus libros y este, a su vez, da lugar a otros recuerdos, en particular de su infancia, exilio, años de clandestinidad en el Partido Comunista Español (PCE) y expulsión del partido. Para Semprún (1923-2011), “la memoria es como una babuschka, una de esas muñecas rusas de madera pintada que pueden abrirse y que contienen otra muñeca idéntica de talla diminuta, y otra y otra más, hasta llegar a una última de talla diminuta, que ya no puede abrirse.”

Daniela Omlor, investigadora postdoctoral en la Universidad de Oxford y becaria de la Reina Sofía en Exeter College, indaga en la memoria de Semprún en su esclarecedor libro, Jorge Semprún: Memory’s Long Voyage (“Jorge Semprún: el largo camino de la memoria”), publicado por Peter Lang. Omlor ofrece una lectura muy detallada e inteligente de doce libros.

La memoria de Semprún, la motivación de todos sus libros, es muy anterior a su encarcelamiento en Buchenwald y se remonta a la muerte de su madre antes de que él cumpliera ocho años. Con la Guerra Civil, los siete hermanos marcharon a La Haya para reunirse con su padre, embajador de la República en los Países Bajos. El futuro escritor comenzaba así un exilio que duró toda su vida.

“Tengo más recuerdos que si tuviera mil años”, escribió en el libro sobre su infancia Adiós, luz de veranos, citando las palabras de Baudelaire. Por medio de sus recuerdos Semprún pudo reconstruir su identidad fragmentada.

Semprún no compartió el dogma de algunos teóricos (malinterpretando Primo Levi, el escritor italiano y sobreviviente del campo de exterminación Auschwitz), de que los únicos verdaderos testigos del Holocausto son los muertos. Con cada vez menos sobrevivientes, por causas naturales, Semprún creía que la única posibilidad de conservar el recuerdo de los campos “reside en que la ficción narrativa se apodere de dicha materia histórica.”

Después de la muerte de Franco en 1975, en palabras del periodista Gregorio Morán, se inició un “proceso de desmemorización colectiva. No de olvido, sino de algo más preciso y voluntario, la capacidad de volverse desmemoriado.” Era un factor clave que explica en parte el éxito de la transición. Una obra en particular de Semprún, La autobiografía de Federico Sánchez, iba aparentemente en contra de este espíritu; era una ajuste de cuentas con Santiago Carrillo, el líder del PCE, a quien Semprún llamó el “Gran Timonel desmemoriado,” y a expensas de contar episodios de forma desfavorable a si mismo.

Por ejemplo, Semprún sabía que el dirigente comunista checo Josef Frank, compañero en Buchenwald y ejecutado en 1952, era inocente de colaborar con la Gestapo, uno de los cargospresentados en el juicio-farsa orquestado desde Moscú. “No había proclamado en ninguna parte su inocencia. Me había callado, sacrificando la verdad en aras del Espíritu-Absoluto, que entre nosotros se llamaba Espíritu-de-Partido. Y esa herida del estalinismo en mi propia piel seguía quemándome.”

Más que cuestionar el llamado Pacto de Silencio, una especie de tabula rasa, Semprún quería una reevaluación de la memoria colectiva. Con respecto a la declaración de Carrillo en un libro publicado en 1976 que “si el azar hubiera hecho que la vida de Franco se prolongase unos años más hubiéramos presenciado como la presión popular, probablemente acompañada de un golpe de palacio desplazaba, más o menos cortésmente, el dictador,” Semprún comentó: “No pienso que sea fácil encontrar en los escritos de los dirigentes políticos que se proclaman marxistas, un texto tan irreal o surreal como éste, tan henchido de deseo irrealizable y de frustrada ensoñación. Cabe preguntarse si la temprana vocación política de Carrillo no ha venido a truncar una posible carrera de escritor de ciencia-ficción o de barata novela fantástica.”

Carrillo se resistió a aceptar la realidad, expresado en la siguiente forma por Morán: “Cuando un dictador muere en el poder y en su cama está demostrado que la sociedad civil lo aprueba por omisión.” Franco murió con las botas puestas.

Para Semprún: “La memoria comunista es, en realidad, una desmemoria, no consiste en recordar el pasado, sino en censurarlo. La memoria de los dirigentes comunistas funciona pragmáticamente, de acuerdo con los intereses y los objetivos políticos del momento. No es una memoria histórica, testimonial, es una memoria ideológica.”

En la actualidad, otra memoria ideológica trata de secuestrar la memoria histórica, al suprimir los logros de los últimos treinta y tantos años.
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¿Cambio de ciclo en el mercado de trabajo?

Algo nuevo está pasando en el mercado laboral. El paro registrado bajó en mayo en 111.916 desempleados, la mayor reducción de toda la serie histórica en un mes de mayo, y la afiliación a la Seguridad Social creció en 198.320 cotizantes, el mayor incremento desde julio de 2005.

¿Tiene razón Mariano Rajoy al proclamar — además en unas jornadas organizadas esta semana por el seminario británico The Economist — que “se está produciendo ya un cambio de ciclo en el mercado de trabajo?”.

Con el buen dato de mayo, ya son tres los meses que encadena la Seguridad Social con cifras positivas. Más incluso si se toman los datos desestacionalizados, que ya encadenan nueve meses de alza.

El número de parados registrados en las oficinas de empleo suma 4,5 millones en comparación con los 5,9 millones (dato de marzo), según la encuesta de la población activa (EPA) realizada cada tres meses. La diferencia de 1,4 millones entre los dos datos se debe a que no todos los desempleados tienen derecho a un subsidio y buscan un trabajo activamente, y los que llevan más de dos años en el paro dejan de recibirlo salvo en circunstancias excepcionales.

La afiliación aumentó en casi todas las ramas de actividad, y no solo en las más ligadas a la temporalidad. Sin embargo, llama la atención que 68.994 de los afiliados son del sector de la hostelería, reflejando otro buen año para el turismo con una previsión de 63 millones de visitantes internacionales, el 5% más que en 2014 y 16,3 millones más que la población del país. Sin el turismo, un sector intensivo en mano de obra, la crisis en España habría sido mucho más profunda.

En el año 2013, los ingresos per cápita del turismo en España fueron 1.297 dólares, en comparación con 441 dólares para los Estados Unidos y los 881 dólares para Francia — los dos países por arriba de España en el ranking global de los países que recibieron más turistas que España.

Pero el turismo no es capaz de reemplazar al sector de la construcción e inmobiliario en términos de creación de empleo, y estos sectores tampoco han creado puestos de trabajo de forma sostenida. El número de trabajadores en el sector de la construcción ha bajado en más de 1,5 millones desde 2008. El turismo, en particular el de “sol, mar y arena”, es una industria de temporada.

Basta ver la situación en las Canarias, que reciben más de 10 millones de turistas (cinco veces la población de las islas) y tiene una tasa de desempleo oficial de más del 30%, la segunda más alta de las comunidades autonómicas después de Andalucía.

La mejora en el empleo en mayo no debe hacernos olvidar que uno de cada cinco desempleados lleva más de tres años sin lograr trabajo, según los resultados de la EPA para el conjunto de 2013. El 62% llevaban más de un año sin lograr empleo, una proporción muy cercana al nivel récord (65%) alcanzado en 1987.

Otro estudio, publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), ha comprobado que a mayor formación, mayores posibilidades de encontrar empleo. Dos tercios de los 38,6 millones de residentes en España con más de 16 años tienen una formación equivalente, como máximo, al bachillerato. De este colectivo, apenas la mitad es activo en el mercado laboral, con tasa de paro muy altas, del 33% en comparación con una tasa de solo 7%, por ejemplo, para los que tienen una carrera en matemáticas y estadística.

Varios economistas fueron preguntados en las jornadas de The Economist cuando pensaban que la tasa de paro volvería al nivel de antes de la crisis (8% en 2007). Nadie quería arriesgarse y ser muy preciso, pero todos apostaron por una década. Y un nivel de 8% para España fue considerado como de pleno empleo; en los Estados Unidos y el Reino Unido tal nivel es un desastre
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El dios inquieto del liberalismo

¿Qué se entiende por liberalismo como filosofía política, una palabra cuyo significado varía según el país donde se usa?

En los siglos XVIII y XIX, la palabra liberal (como etiqueta política acuñada en las Cortes de Cádiz en 1810) expresaba las ideas de la burguesía europea y americana a favor de diferentes libertades, como de comercio, empleo, religión y expresión, a diferencia del conservadurismo y los privilegios históricos del status quo (la nobleza terrateniente, la Iglesia, etc).

En los Estados Unidos la palabra liberal se convirtió en una expresión malsonante (dirty word) en los años 70 y 80 al estar asociada por los conservadores (generalmente del Partido Republicano), entre otras cosas, al auge de la criminalidad, el debilitamiento por los hippies de las normas tradicionales de moralidad, la amenaza comunista o la intervención del Gobierno en la economía. Llegó en ocasiones a ser usada como insulto.

Para Franco, en cambio, el liberalismo fue uno de los siete enemigos de España, junto con la democracia, el judaísmo, los masones, el capitalismo, el marxismo y el separatismo, palabras que formaron parte de su discurso al inaugurar el Valle de los Caídos en 1959.

El gran filósofo liberal Isaiah Berlin (1909-97) escribió sobre dos tipos de libertad. Uno positivo, que se refiere a la libertad de actuar para alcanzar nuestro potencial, y el otro negativo, que significa estar libre de cualquier injerencia o impedimento. Berlin hizo la observación para explicar que la misma palabra tiene dos significados bien diferentes, ya que se adhieren a valores que son completamente opuestos. Como dijo en uno de sus célebres frases, “la libertad para los lobos es la muerte para las ovejas”.

Berlin figura en el fascinante y erudito libro Liberalism: the Life of an Idea (“Liberalismo: la vida de un idea”) de Edmund Fawcett, que será publicado en junio por Princeton University Press. Como era de esperar de un antiguo y distinguido periodista de The Economist, con una larga carrera como corresponsal en Washington, París y Berlín, escribe con una claridad ejemplar. Para el autor el liberalismo es “la búsqueda de un orden de progreso humano éticamente aceptable entre ciudadanos iguales sin recurso al poder indebido”, una definición que resuelve perfectamente el dilema de las dos libertades definidas por el pensador Berlin.

¡Karl Marx en su Manifiesto Comunista (1848) confiaba en una sociedad en donde, “el desarrollo sin restricciones de cada persona es la condición para el desarrollo sin restricciones de todo el mundo” y mira como terminó el comunismo!

El liberalismo, tal como lo entendemos hoy, no tiene una fecha de nacimiento. Para el propósito del libro de Fawcett, el liberalismo, como ejercicio de la política, arranca en 1830 en Europa y Estados Unidos, con la Revolución Industrial en plena desarrollo y profundos cambios en la estructura de la sociedad. El libro termina en 1989, año de la caída del Muro de Berlin, y una breve sección analizando los “sueños liberales” en la primera parte del siglo XXI. Es un libro, dice el autor, sobre “un dios que tuvo éxito, pero un dios algo neurótico que se inquieta sobre el motivo de su éxito, si realmente lo ha logrado, y en caso afirmativo cuánto tiempo durará”.

Por las páginas del libro pasan personajes como Wilhelm von Humboldt, que sobrevivió al derrumbamiento del Estado absoluto a raíz de la Revolución Francesa y que configuró la construcción de una nueva Europa, Abraham Lincoln (su discurso de Gettysburg en 1863 reafirmó el principio fundamental de la Declaración de Independencia — “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”), George Orwell y Albert Camus.

Fawcett considera la Unión Europea, este gran proyecto para evitar futuras guerras, al menos en Europa, un éxito a pesar de sus problemas actuales, y aboga para que sea mucho más democrática y así convertirse en una institución liberal ejemplar para un mundo postnacional.

El liberalismo sigue avanzando en el mundo, a distintas velocidades y conceptos, y no tiene fecha de caducidad.

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Una calle trágica en Alemania

Dos villas en la misma calle en Wannsee, a las afueras de Berlín, con bellas vistas a un lago y abiertas al público, simbolizan la tragedia de Alemania y los esfuerzos de no olvidar jamás el pasado.

En el número 42 de Am Grossen Wannsee está la casa de verano del pintor judeo-alemán Max Liebermann, construida en 1909, donde realizó abundantes autorretratos, retratos de su nieta y de intelectuales de la época como Albert Einstein, y vistas del jardín de su casa, en cuadros de pincelada vibrante y luminoso colorido. Su atracción por la pintura impresionista francesa le movió, además, a atesorar una amplia colección de obras de Manet, Degas, Monet y Cézanne.

Entre 1920 y 1932 Liebermann fue presidente de la Academia de Artes de Prusia y en 1927 fue nombrado ciudadano honorario de Berlín. En 1933 dimitió de la Academia cuando su Dirección General de Bellas Artes dejó de exponer las obras de pintores judíos. Pasó aislado los últimos años su vida, antes de fallecer en 1935 a la edad de 87 en su Berlín natal. El régimen nazi confiscó su obra y la incluyó en sus listas negras.

Su viuda Martha tuvo que vender la casa y en 1943, a la edad de 84 años, recibió una orden de deportación al campo de Theresienstadt, en la entonces Checoslovaquia. Le dieron dos horas para hacer su maleta, y antes de que regresaran las SS para llevarla se quitó la vida con unas pastillas para dormir. Tardó cinco días en morir.

En el número 56 de la misma calle está la Casa de la Conferencia de Wannsee en donde el 20 de enero de 1942 quince altos representantes de las SS, del NSDP (el partido de Hitler) y de diferentes ministerios se reunieron para debatir la instrumentación de la deportación y los asesinatos sistemáticos de los judíos europeos. Los representantes de las SS informaron a los secretarios de Estado presentes de las acciones homicidas que los Einsatzgruppen venían llevando a cabo en la Unión Soviética.

La reunión fue presidida por Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich. El encargado de organizar las deportaciones, Adolf Eichmann, redactó las actas –el protocolo de la primera discusión sobre la Solución Final–, que más tarde en 1947 fueron encontradas entre los documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores. El protocolo, expuesto en las salas de la señorial casa como parte de la exposición permanente sobre el genocidio de los judíos europeos, documenta con pavorosa claridad el plan para el asesinato de todos los judíos europeos.

Al regresar a Berlín por tren bajé en Grünewald, la primera estación. Desde allí, en el andén 17 (Gleis 17), salieron unos 50.000 judíos de Berlín a los campos de concentración entre octubre de 1941 y marzo de 1945.

Un monumento recuerda su salida. Se trata de una pared de concreto en la que una serie de siluetas en fila va entrando, a medida que la recorremos, con mayor profundidad en el hormigón. En el borde del andén 17 hay unas placas de hierro oxidado, situadas de forma que sería el lugar donde el pie haría el último contacto con el andén si fuéramos a subirnos a alguno de aquellos trenes. En el borde mismo de dichas placas se encuentran referencias a las deportaciones, con la fecha, la cantidad de personas y el lugar de destino del tren. Se extienden a ambos lados de las vías por decenas de metros, y cuanto más avanza la fecha de las deportaciones, más disminuye el número de personas deportadas al irse eliminado la población judía de Berlín.

Mientras tanto, en España sigue este monumento vergonzante al franquismo que es el Valle de los Caídos, sin el más mínimo cambio desde que murió el dictador. ¿Hasta cuándo? A diferencia de Alemania, España aún no se ha reconciliado con su pasado, tal vez por tener uno bien diferente: Hitler no murió, como Franco, con las botas puestas.

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Turquía y el holocausto armenio

Armenia es un tema vivo en mi casa porque mi mujer es una cuarta parte armenia (por el lado de su abuela cuya familia emigró desde Tokat, en Turquía, a Egipto a finales del siglo X1X cuando empezó la matanza de armenios durante el Imperio Otomano). Así que esta semana nos ha interesado el mensaje de Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro turco, en vísperas del 99º aniversario del comienzo del genocidio (término rechazado por Turquía y reconocido por 21 países incluyendo Francia y Alemania).

El entonces senador Barack Obama, durante su campaña presidencial en 2008, reconoció los acontecimientos de 1915 como un “genocidio” (hasta 1,5 millones personas murieron según Armenia), pero una vez elegido presidente dejó de usar la palabra para no molestar al Gobierno turco, y en 2013 adoptó la expresión“Medz Yeghern” (gran calamidad en armenio).

Para alguien que se ha ganado una reputación por ser muy intolerante con las críticas (basta hablar con casi cualquier periodista turco) y ha adquirido creciente fama por su estilo autoritario, el mensaje de Erdogan sorprende por su tono suave y conciliador. Ha ido más allá que cualquier otro líder turco en hacer las paces con Armenia, ofreciendo “condolencias a los descendientes”, pero no llegó a pedir disculpas, algo que exige la comunidad armenia dispersa por todo el mundo.

“Es indiscutible que los últimos años del Imperio Otomano fueron un periodo difícil, lleno de sufrimientos para millones de turcos, kurdos, árabes, armenios y demás ciudadanos otomanos, independientemente de su religión u origen étnico,” dijo Erdogan. “Una posición concienzuda, justa y humana requiere un entendimiento de todos los sufrimientos padecidos en ese periodo, sin discriminar respecto a religión o etnicidad. Naturalmente, ni establecer jerarquías de dolor ni comparar y contrastar sufrimientos conlleva significado alguno para los que han padecido ellos mismos este dolor. Como dice un proverbio turco, ’el fuego quema el sitio donde cae’ ”.

Ankara mantiene que entre 300.000 y 500.000 armenios, y al menos otros tantos turcos, murieron en el conflicto, agravado cuando los armenios tomaron las armas en el este de Anatolia para apoyar a las tropas rusas invasoras durante la Primera Guerra Mundial. Turquía es un estado musulmán y Armenia cristiano.

Hasta hace pocos años era un delito usar en público la palabra “genocidio” en referencia a Armenia. Orhan Pamuk, ganador del Premio Nobel deLiteratura en 2006, fue llevado a juicio en 2004 por “insultar y debilitar la identidad turca” (bajo el tristemente célebre artículo 301 del Código Penal que ha sido reformado pero no suficientemente) en una entrevista a un periódico suizo en la que pronunció la siguiente frase: “En Turquía mataron a un millón de armenios y a 30.000 kurdos. Nadie habla de ello y a mí me odian por hacerlo.”

Según Erdogan, “En Turquía, la libre expresión de opiniones y pensamientos diferentes acerca de los acontecimientos de 1915 es un requerimiento de la pluralidad de los puntos de vista, de la cultura democrática y de la modernidad.” Buenas palabras pero no acompañadas de hechos, como saben sobradamente los periodistas turcos, acostumbrados a la autocensura si no quieren correr el riesgo de perder su trabajo.

“Algunos pueden percibir este clima de libertad en Turquía como una oportunidad para expresar afirmaciones y alegaciones acusatorias, ofensivas e incluso provocadoras. Aun así, si esto permite entender mejor los hechos históricos con sus aspectos legales y transformar otra vez el resentimiento en amistad, es natural que se acepten con empatía y tolerancia opiniones divergentes y que se espere una actitud similar de todas las partes”.

¡Bienvenida la tolerancia y divergencia de opiniones, y que no se aplique solamente a la cuestión armenia!

En 2010 realizamos un sueño de irnos a Armenia, siendo mi mujer el primer miembro de su familia en visitar el país desde hace muchas generaciones. Una visita al monumento al genocidio y al museo anexo es obligatoria para los armenios, sean armenios puros o no. Dado que no me considero en lo más mínimo un experto sobre el tema del genocidio,siempre he sido muy cuidadoso en este asunto. Después de ver la documentación en el museo y los fotos de muertos y de niños y mujeres hambrientos, me inclino más en usar la palabra genocidio en vez de masacre o matanza.

Como era de esperar, la comunidad armenia ha rechazado la declaración de Erdogan por ser insuficiente. Hay sospechas que detrás de su mensaje hay un intento de mejorar su deteriorada imagen internacional y acaparar los titulares de los medios (logrado) antes de presentarse a las elecciones presidenciales en agosto, más que por resolver el problema con Armenia, cuya frontera con Turquía (por otros motivos) fue cerrada por Ankara en 199
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El espía Kim Philby y España

España jugó un papel importante en la formación como espía de Kim Philby, el doble agente británico y el más conocido de “los cinco de Cambridge” que huyó a la Unión Soviética en 1963.

Philby, proveniente de la clase media alta y educado en una escuela secundaria privada de Westminster, una de las instituciones más privilegiadas, antes de ir a Trinity College, el colegio más exclusivo de la Universidad de Cambridge, fue reclutado en 1934 por agentes del NKVD (precursor del KGB).

En 1936, siguiendo órdenes provenientes de Moscú, Philby comenzó a cultivar una personalidad aparentemente fascista, uniéndose a la Liga de Amistad Anglo-Alemana, además de involucrarse en la edición de una revista pro-Hitler. En febrero de 1937 viajó a Sevilla como periodista independiente (freelance) y en mayo fue asignado como enviado especial deThe Times de Londres ante las fuerzas franquistas, un puesto perfecto para dar realce a sus supuestas credenciales conservadoras e informar hasta 1939 a Moscú (suministrador de armas y asesores al Gobierno Republicano) del avance de los nacionalistas y el papel de Alemania de apoyo a Franco. Este trabajo no daba acceso a información secreta británica, pero sí era muy útil para el Kremlin recibir información objetiva.

En diciembre de 1937, en las cercanías de Teruel, una bomba explotó frente al automóvil en el que viajaba Philby junto a otros tres corresponsales. Uno murió en el acto, en tanto que los otros dos fallecieron a causa de sus respectivas heridas. El afortunado Philby solo sufrió una herida menor en la cabeza.

Las crónicas de Philby aparentaban ser tan favorables a la causa nacionalista que recibió personalmente la Cruz Roja al Mérito Militar de manos del propio Franco.

En 1940 se incorporó al SIS, antecesor del MI6, el servicio de inteligencia exterior británico. En septiembre de 1941 (poco después del comienzo de la invasión nazi de la URSS), Philby comenzó a trabajar para la Sección V, como jefe de la unidad ibérica, a cargo de las operación del SIS en España, Portugal, la colonia británica de Gibraltar y el norte de África. Philby tenía un acceso relativamente fácil a los archivos sobre España y Portugal, pudiendo pasar a su agente soviético controlador información sobre las operaciones del SIS contra la URSS.

La historia española de Philby forma parte del libro Kim Philby: the unknown story of the KGB’s master spy (“Kim Philby: la historia desconocida del espía maestro de la KGB”, publicado por Biteback), escrito por uno de los mejores amigos de Philby y también espía, Tim Milne. El MI6 prohibió la publicación del libro y ahora, cuatro años después de la muerte de Milne a la edad de 97, acaba de salir a la luz pública.

El libro ofrece una visión fascinante del carismático Philby, compañero de pupitre de Milne en Westminster y de viajes a varios países europeos entre 1930 y 1933, incluyendo Alemania donde los dos asistieron a una inmensa concentración pública de los nazis con antorchas y en la que Hitler habló. Philby quedó horrorizado con el nazismo y la pobreza, y esto le llevó hacia el comunismo.

Milne no llegó a barruntar que su gran amigo durante más de 30 años fuera un doble agente, incluso después de la huida a Moscú en 1951 de los diplomáticos y espías Donald Maclean y Guy Burgess, cuando Philby se encontró bajo sospecha por ser muy amigo de los dos y tuvo que dejar el MI6 para unos años.

Burgess compartió durante un año la casa de Philby en Washington, cuando Philby era el enlace para el MI6 entre la embajada del Reino Unido, la recientemente creada CIA y el FBI entre 1949 y 1951. Burgess, alcohólico y homosexual (entonces una actividad ilegal), había actuado de mensajero cuando Philby estaba en España y le trajo dinero.

¡Qué bien diferente habría sido la vida de Philby si el servicio de inteligencia británica hubiera investigado en profundidad la acusación de Walter Krivitsky en 1937, un espía soviético que desertó a los Estados Un
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Adolfo Suárez: ¡qué inmenso acierto!

Como la mayoría de corresponsales extranjeros radicados en España, cuando Adolfo Suárez fue nombrado Presidente del Gobierno en julio de 1976 escribí que no era el hombre adecuado para la tarea de traer la democracia.

The Times afirmó que su nombramiento “era una sorpresa, ya que se había creído ampliamente que sería elegido un hombre más liberal” y que era “una victoria del ala reformista de la derecha, dispuesta a avanzar en el desmantelamiento de la dictadura, manteniendo no obstante fuertes vínculos con el pasado”. En un artículo en la revista New Statesman,titulado “Spain’s dubious matador” (El dudoso matador de España), escribí que “la diferencia entre la idea de reformas de Suárez y la de la oposición es la diferencia entre el franquismo con estiramiento facial y la democracia tal y como la conocemos”.

Según algunas fuentes bien informadas, el aristócrata José María de Areilza, el liberal y fino ministro de Asuntos Exteriores (había sido alcalde de Bilbao tras la ocupación de la ciudad por las fuerzas de Franco en 1937), estaba tan convencido de que iba ser nombrado presidente que había organizado una fiesta en su casa para celebrarlo.

Suárez demostró que estábamos equivocados. Sólo un pequeño círculo cercano al Rey D. Juan Carlos sabía que el nombramiento de Suárez había sido cuidadosamente orquestado por Torcuato Fernández Miranda, antiguo tutor del Rey y presidente del Consejo del Reino, bastión del franquismo y órgano encargado de presentar al Rey la terna de candidatos para su elección. Igual que el Rey, Suárez pertenecía a la “generación silenciosa” de españoles, demasiado jóvenes para haber luchado en la guerra civil. Estaba en una posición ideal, como miembro del aparato político, para desmantelar el Régimen desde dentro, evitando una ruptura total con el pasado que hubiera corrido el riesgo de provocar a la extrema derecha.

En diciembre de 1976 se celebró un referéndum para aprobar las reformas políticas que allanarían el camino hacia las primeras elecciones libres del país en cuarenta y un años. Un reportaje televisado sobre el referéndum, al que contribuí en su elaboración para el programa News at Ten de ITN, fue denunciado por la Embajada de España en Londres como “insultante y poco representativo”. Fue filmado en mi pueblo (Buendía, en la provincia de Cuenca), donde entonces yo tenía, y sigo teniendo, una casa, y que para mí ha supuesto un microcosmos de los tremendos cambios logrados en España.

Juan Cruz, el corresponsal de El País en Londres, informó a sus lectores de que la mayor parte del reportaje había sido filmado en un bar en el que los habitantes del pueblo habían preferido seguir jugando a las cartas que escuchar el discurso de Suárez a la nación antes del referéndum. “El tratamiento que la televisión independiente le dio al referéndum parece que ha molestado en algunos círculos españoles.”

Un año después del nombramiento de Suárez, escribí un artículo en The Times titulado “The matador who has outwitted all Spain’s political bulls” (El matador que era más listo que todos los toros políticos) en el que rectificaba mi opinión inicial.

La figura de Suárez recuperó por unos días la unidad política que tanta falta hace en España. Hasta Alfonso Guerra, el político más irrespetuoso con el que tuvo que lidiar Suárez (lo llamó “tahúr del Mississippi, con su chaleco y su reloj”), le elogió.

Las largas filas de colas en la calle para entrar a la capilla ardiente demostraron nostalgia para un pasado reciente de convivencia que hoy se echa de menos.
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Lecciones de historia

Si España hubiera dejado de pagar su deuda soberana, algo que según algunas fuentes casi ocurrió, habría continuado una tradición bien establecida durante el reinado de Felipe II cuando el país se convirtió en el primer deudor moroso (defaulter) en serie. El rey dejó de pagar cuatro veces.

De acuerdo con los estándares modernos, los impagos en el siglo XVI fueron moderados, resueltos amigablemente y a satisfacción de todas las partes involucradas. Y a diferencia de las obligaciones hipotecarias tituladas de alto riesgo (sub-prime mortgages), que desencadenaron la crisis financiera que aún no ha terminado, los banqueros del siglo XVI tuvieron un mecanismo de transferencia de riesgo bastante más efectivo. Los inversores compartieron las ventajas y desventajas de los préstamos al monarca de la casa de Austria, y las pérdidas en proporción a su inversión. Los bancos terminaron en posesión de la parte menos tóxica de los activos, al contrario de lo que ocurre hoy.

Si en tiempo de galeones y mensajeros a caballo existían acuerdos adecuados de distribución de riesgos, ¿por qué no es posible hoy con satélites, viajes en avión e internet?

El fascinante libro de Mauricio Drelichman y Hans-Joachim Voth, Lending to the Borrower from Hell: Debt, Taxes and Default in the Age of Philip II (Princeton University Press) — “Préstamos al prestatario del infierno: la deuda, los impuestos y los impagos en la época del Felipe II” — desmonta el mito muy extendido que el declive de España después de Felipe II se debe a una política fiscal irresponsable y a la expansión imperial excesiva (imperial overreach, un término popularizado por el historiador Paul Kennedy de la Universidad de Yale).

Según los autores, el sistema español de finanzas públicas era comparable con los de otros países europeos como Gran Bretaña, Francia y Holanda. Los gastos no aumentaron mucho más rápidamente que los ingresos y el peso de la deuda sobre el conjunto de la economía no era excesiva. Los autores lo demuestran con estadísticas.

El problema fundamental en España fue no poder centralizar la administración fiscal e integrar en un todo más amplio los territorios heterogéneos, algo que no se ha resuelto aún como demuestra la crisis constitucional con Cataluña. En lugar de la concentración de demasiado poder en manos de un monarca absoluto, “el principal defecto era la carencia de capacidad del Estado para actuar, del gobierno para afirmar un monopolio de violencia, defender sus fronteras, imponer un sistema fiscal uniformizado, administrar la justicia, y obtener los recursos para ejecutar estas tareas”. En estos días esto suena familiar.

Para los autores, esta situación era la consecuencia de un nivel inicial muy alto de heterogeneidad política y de lo que llaman “los efectos perniciosos de la plata [de las colonias en el vasto imperio]sobre la capacidad del estado.”

Fuera de Castilla, la posición del rey era aún más débil, como demuestra el famoso juramento de los nobles de Aragón con la llegada al trono de un nuevo rey, “Nos, que cada uno de nosotros somos igual que vos y todos juntos más que vos, te hacemos Rey si cumples nuestros fueros y los haces cumplir, si no, no”. Este no es el lenguaje de una monarquía absoluta.

Hasta la llegada de los reyes borbones, no hubo ningún intento exitoso de unificar representación, sistemas legales y el sistema fiscal.

La reforma del sistema fiscal se ha convertido otra vez hoy en una cuestión candente y un punto clave para poder establecer cuentas públicas sostenibles. Con una deuda pública del 96% del PIB (casi el triple de 2007) y una brecha entre gasto público e ingresos fiscales de alrededor del 5% del PIB durante la vida de un ciclo económico “normal” (que no es la situación actual) — en otras palabras un alto déficit presupuestario—, España tiene que recaudar mucho más o seguir con los recortes en el gasto público.

Con tipos impositivos similares a otros países europeos, el problema de la insuficiente recaudación no reside en una baja presión fiscal. Radica en un fraude elevado, reflejado en una economía sumergida en expansión, que ningún gobierno democrático ha querido combatir, una generosa posibilidad de evasión para muchos contribuyentes y desgravaciones excesivas.

Recomiendo a Cristóbal Montoro que lea no solo el informe de la comisión de expertos sobre la reforma del sistema tributario, sino también este libro.

Una guía para regenerar la democracia

En parte gracias a las reformas económicas hechas por el Gobierno, España empieza a salir de una recesión de cinco años. Sin embargo, en el campo político todavía le queda mucho por hacer conjuntamente con los otros partidos políticos. El descontento ciudadano con la clase política está ampliamente demostrado en los rankings de valoración de las instituciones donde los políticos, los partidos políticos y el parlamento figuran en los últimos lugares.

También llama la atención que el PSOE, el principal partido de la oposición y, por ende, la alternativa al poder, tenga en la actualidad solo 3,3 puntos más en la intención de voto, según la última encuesta de Metroscopia, comparado con el resultado de las elecciones generales de noviembre de 2011 cuando obtuvieron el 28,7% de los votos, el peor de su historia. El Partido Popular, en cambio, ha sufrido un enorme desgaste, que es lógico dada la impopularidad de sus reformas y medidas de austeridad.

Andrés Ortega plantea una pregunta clave en su nuevo libro “Recomponer la democracia” (RBA): “la cuestión es cómo convencer a la élite, a la clase política y a los propios partidos de la necesidad de acometer profundas reformas, no meros retoques, en el sistema. Es necesario generar incentivos para que las cosas se hagan. O desincentivos, es decir castigos, si no se hacen”. Hasta ahora, los dos principales partidos han hecho muy poco en sus respectivos campos para regenerar la democracia. Parecen estar convencidos que cuando la economía vuelva a crecer con cierta fuerza van a recuperar la confianza del electorado.

España ha vivido el periodo democrático más profundo y largo de su historia, con un régimen de libertades, de crecimiento de un estado del bienestar, de vuelta a Europa, de alternancia en el poder y, al menos de momento, de falta de populismos. Pero es una democracia de baja calidad. Los españoles tienen más confianza en la Unión Europea que en sus propios instituciones.

El libro contiene datos muy interesantes y podría servir como un excelente manual de las reformas necesarias. Por ejemplo, España gasta relativamente poco en remunerar a los políticos electos. Los salarios de los diputados se encuentran en la franja inferior del estipendio percibido en las democracias europeas. Tanto en al ámbito estatal como en el autonómico, en comparación por ejemplo con Alemania, las cámaras españolas son contenidas en términos de diputados. Sin embargo la cosa cambia cuando incluimos los cargos gubernamentales, en particular el elevado número de asesores, personas de confianza y cargos en organismos públicos. En palabras de Ortega es allí donde se ha ido tejiendo la gran malla que sostiene a los partidos políticos y que permite perfilar miles de carreras políticas. Los políticos electos y asesores políticos en España suman 125.000, en comparación con los 29.000 en el Reino Unido (un país con 16 millones más de habitantes que España) estimado por la BBC en 2009.

Muchos puestos políticos los cubren, o funcionarios de carrera, o personas que han entrado en un partido y han hecho toda su carrera en él (son funcionarios de partido). Pocos proceden del sector privado: tal vez eso explica por qué la élite política no estaba en contacto con la realidad durante la década de las vacas gordas. Como dijo George Orwell, “Mirar lo que se tiene delante de los ojos requiere un constante esfuerzo.”

En el Reino Unido, el funcionario, incluyendo a miembros de la carrera judicial, que quiere entrar en política tiene que renunciar a la función pública. No hay ida y vuelta. Ortega propone un sistema así en España para poder conseguir despolitizar la función pública.

Los políticos han colonizado demasiadas instituciones. De poco servirá la nueva y tímida Ley de Transparencia si no se cambia la composición y el funcionamiento del Tribunal de Cuentas, demasiado lento y demasiado dominado por los propios partidos.

En la primera década de la Transición, cuando había que crear partidos con estructuras sólidas (el único partido con ellas era el Partido Comunista de España), tenía sentido un sistema electoral basado en listas cerradas que daba poder a las cúpulas. Este sistema ha logrado trabar mayorías de gobierno que han beneficiado la modernización de España.

Pero hoy ha llevado a una alienación y desafección entre el elector y los elegidos. El mejor resultado de las próximas elecciones, seguramente en 2015, sería un empate entre el Partido Popular y los socialistas y no habrá más remedio que formar una gran coalición (como en Alemania). Así los dos partidos estarían condenados a entenderse y acometer reformas políticas.
http://www.elimparcial.es/nacional/una-guia-para-regenerar-la-democracia-135318.html