Cuando Jorge Semprún (1923-2011) salió del campo de concentración nazi de Buchenwald en 1945, después de dieciséis meses y con 21 años de edad, quería ser escritor pero “el recuerdo del campo era demasiado denso, demasiado despiadado”. Opta por “vivir” como miembro del Partido Comunista de España -entre 1953 y 1962 lo hace de forma clandestina-en el país que había abandonado como adolescente con su padre republicano (de la alta burguesía) y hermanos en septiembre de 1936 pocos meses después de estallar la Guerra Civil. Su madre murió antes de la guerra.
Como a un sinnúmero de antifascistas españoles deportados en campos de concentración por haber luchado en la resistencia, a Semprún su tierra natal no lo esperaba ni lo iba a acoger.
“Tengo que fabricar vida con tanta muerte,” cita Felipe Nieto a Semprún en su libro “La aventura comunista de Jorge Semprún: exilio, clandestinidad y ruptura” (Tusquets), ganador del último Premio Comillas. “Y la mejor forma de conseguirlo es la escritura. En eso estoy: solo puedo vivir asumiendo esta muerte mediante la escritura, pero la escritura me prohíbe literalmente vivir.” La cita viene de un libro de Semprún (publicado en España en 1995) cuando llevaba casi tres décadas como un escritor reconocido, precisamente con el título “La escritura o la vida.”
El ingreso de Semprún en el comunismo español fue la consecuencia natural del contexto histórico de la época y de sus propias circunstancias. Su actividad en la resistencia y la posición ocupada en Buchenwald (Semprún hablaba alemán gracias a su niñera alemana) se habían desarrollado bajo las siglas de la muy disciplinada organización comunista española.
Era muy estalinista (no había otra línea en el partido) y proclive a fomentar el culto a la personalidad, hasta llegar a escribir poemas en homenaje al dictador. Por ejemplo en 1953 escribió un extenso “Juramento español en la muerte de Stalin”, con los versos: “Las banderas de Stalin alzaremos / sobre el radiante provenir de España.”Ante Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”, se muestra como un militante imperfecto: “No soy un bolchevique, intento serlo… Yo soy hijo de una clase vencida, / de un mundo derrotado.”
Durante unos 10 años Semprún se mueve por España como pez en el agua, redescubriendo su país y estableciendo contactos en el mundo de la cultura. Entraba frecuentemente en España desde Francia, su país de adopción,bajo varias identidades (la más conocida Federico Sánchez) y con pasaportes falsos, esquivando a la policía. Vivió en distintas casas seguras, incluyendo un piso en la calle Concepción Bahamonde, cerca de donde yo vivo y en donde Semprún escribió gran parte de su primer libro, “Le grand voyage” (“El largo viaje”) publicado en Francia en 1963, después de su retirada de España al finales de 1962 por orden de Santiago Carrillo, secretario general del partido. Julián Grimau, miembro del Comité Central del partido como Semprún, fue detenido ese mismo año y luego ejecutado.
Semprún estuvo en la clandestinidad casi 10 años, y sus únicos escritos eran poemas y artículos para las publicaciones del partido. Resulta que el anfitrión del piso seguro, Manuel Azaustre, era un superviviente de Mauthausen, un campo de concentración aún más brutal que el de Buchenwald (unos 4.700 españoles murieron allí). En las prolongadas sobremesas al final de la cena, Azaustre se explayaba recordando sus historias de los cuatro años de cautiverio en el campo, que Semprún estaba obligado a escuchar pasivamente, forzado como estaba por su rango y actividad clandestina a mantener en secreto su identidad. El relato, sin ahorrar en los detalles más duros, removió los recuerdos ocultos en el fondo de la memoria de Semprún y empezó a escribir.
En 1964, Semprún fue expulsado del partido, junto con Fernando Claudín, por estar en desacuerdo con la línea y la táctica del partido hacia España. Entre los cambios que proponían se consideraba la necesidad de tener una visión más objetiva del país (que por entonces había cambiado bastante), el abandono del sueño de una huelga general (fracasó en 1958), una apreciación más realista de las fuerzas disponibles para derribar el franquismo y más libertad dentro del partido para expresar opiniones.
Años más tarde, en la España democrática, bastantes dirigentes comunistas de entonces reconocieron que los expulsados del partido habían tenido razón en aquellos momentos.
El libro de Nieto está bien documentado pero es algo seco y denso —para una historia tan fascinante y novelesca, en particular la vida clandestina de Semprún en España—, tal vez por ser la continuación y ampliación de su tesis doctoral.
Pero me ha ayudado entender más profundamente por qué Semprún siguió el falso dios del comunismo (luego denunciado) en su primera etapa después de Buchenwald y por qué renunció a la escritura por la vida, y cómo la escritura se incorporó a su vida.
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